Hoy en día se ve muy poco esto de que las personas sientan amor hacia los demás, pero esto es debido a que la maldad de los hombres se ha aumentado en estos últimos tiempos. El egoísmo se ha multiplicado, las personas piensan primero en sí mismas y no en el prójimo. La Escritura ya nos advirtió que en los postreros días el amor de muchos se enfriaría, y precisamente estamos viviendo ese tiempo.
De tiempo en tiempo, van pasando cosas distintas, cada año viene con algo diferente y esto hace que las personas también cambien de actitud. Está el tema de que a veces se quedan sin trabajo, otros que lo poco que ganan no les alcanza, y son varias complicaciones que afectan día tras día a la humanidad. Esto genera desesperanza, enojo y resentimiento. Muchos, en lugar de acercarse a Dios, se endurecen y cierran su corazón. Pero el cristiano está llamado a reaccionar de manera distinta, porque tenemos un recurso divino que el mundo no posee: el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
Ante todas estas dificultades, como cristianos debemos marcar la diferencia en todas las cosas. Somos cartas abiertas al mundo, y los que no conocen al Señor deben ver en nosotros un reflejo de su amor. Aquellas personas que viven sin Dios no pueden manifestar amor genuino porque no tienen la fuente verdadera, pero nosotros sí la tenemos. Dios es el dueño de aquel eterno amor tan dulce y tan grande que puede rodear todo el mundo. Y ese amor no se limita a amar a quienes nos aman, sino que nos lleva a amar incluso a quienes nos odian.
Ese amor debemos usarlo para amar a nuestros enemigos. Así como nos dice Jesús hablando con los discípulos en Mateo:
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen,
y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
Mateo 5:44
Amar a nuestros enemigos es muy difícil, porque se trata de personas que nos aborrecen, que no nos quieren ver ni de cerca, que cuando nos miran lo hacen con desprecio, que hablan mal de nosotros y desean nuestro mal. Naturalmente nuestra reacción sería corresponder con el mismo trato, pero el evangelio nos llama a un nivel más alto: responder con amor, orar por ellos y mostrar misericordia. Este tipo de amor no nace de nosotros, sino que fluye de Cristo que habita en nuestros corazones.
El mismo Jesús nos manda a amar al enemigo. ¿Negaremos el mandato del Maestro? Si Él lo ordena es porque nos dará la fuerza para cumplirlo. Él también dice: al que te maldijere, bendícelo; al que te aborrece, hazle bien; y por el que te persigue, ora. Esto, aunque humanamente parezca imposible, es posible en Dios, y trae recompensa. El amor hacia el enemigo desarma el odio y abre la puerta para que la gracia de Dios se manifieste.
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos,
que hace salir su sol sobre malos y buenos,
y que hace llover sobre justos e injustos.
Mateo 5:45
Jesús explica la razón: cuando amamos a los enemigos reflejamos la naturaleza misma de Dios. Él hace salir el sol y descender la lluvia tanto sobre justos como sobre injustos. Nuestro Padre no hace acepción de personas en su bondad general. Por eso, al amar al enemigo nos parecemos más a Él, y mostramos al mundo que somos verdaderos hijos de Dios.
Recuerda que Dios está viendo desde los cielos tu comportamiento con los demás. Nada escapa a sus ojos. Él no miente ni se equivoca, lo que promete lo cumple. Y ha prometido que quienes obedecen sus mandamientos recibirán su bendición. Si obedeces en amar a tus enemigos, aunque sea lo más difícil, estarás caminando en obediencia al Dios Todopoderoso.
Cuando hagas algo, hazlo para la gloria de Dios. No importa si es tu amigo o tu enemigo: ámalo. Si tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; si está desnudo, dale ropa para que se cubra. No busques reconocimiento humano, porque tu galardón está en los cielos. Recuerda que todo acto de amor, incluso hacia quien no lo merece, es visto por Dios y será recompensado en su debido tiempo.
El amor al enemigo es la prueba más clara de que la vida de Cristo habita en nosotros. No se trata de un sentimiento pasajero, sino de una decisión consciente de reflejar al Padre celestial. Mientras el mundo responde con odio al odio, el cristiano responde con amor. Esa es la marca distintiva de los discípulos de Cristo. Amemos, pues, como Él nos amó, y demostremos al mundo que todavía existe un amor verdadero que vence toda maldad.