Jesús caminando por diferentes lugares esparciendo su palabra para que fuera conocida y para que también las personas pudieran ser salvas y perdonadas de sus pecados. No se limitaba a predicar en templos, sino que lo hacía en montes, en aldeas, junto al mar o en medio de la multitud. Su misión era clara: anunciar el evangelio del reino y confrontar los pecados de los hombres para conducirlos al arrepentimiento y a la vida eterna.
El Maestro en ese momento le rodeaba una gran multitud. Muchos acudían para escucharle, otros solo buscaban un milagro, y algunos incluso estaban allí para cuestionar sus palabras. En medio de ese contexto, Jesús comienza a hablar sobre el adulterio, dejando claro que esta práctica no era del agrado de Dios. Sus palabras no eran para condenar sin esperanza, sino para advertir y enseñar que debían guardarse de tales pecados que destruyen la vida espiritual, familiar y social.
Es por eso que en el evangelio de Mateo nos encontramos con varios versos donde Jesús mencionó estas palabras acerca del adulterio y de cómo podemos evitarlo. Él llevó el mandamiento de “no cometerás adulterio” a un nivel más profundo, mostrando que el pecado no inicia en el acto físico, sino en el corazón y en los pensamientos.
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.
Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla,
ya adulteró con ella en su corazón.Mateo 5:27-28
Hoy en día muchos no se cuidan de esta parte. Por no escuchar la Palabra y por no estudiar las Escrituras, caen fácilmente en estos males. Jesús nos advierte que el adulterio no empieza con el contacto físico, sino con la mirada y el deseo interno. Uno de los principales métodos que el enemigo usa es aprovechar nuestras debilidades para hacernos caer. Satanás no inventa nuevas estrategias, simplemente ataca por donde sabe que somos más vulnerables.
Cuando eres débil con algo, el enemigo toma precisamente eso para ponerlo delante de ti y hacerte pecar contra Dios. Por eso Jesús enseñó con palabras muy fuertes acerca de la necesidad de apartarnos de aquello que nos hace tropezar:
Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti;
pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros,
y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.Mateo 5:29
Este versículo no debe tomarse de manera literal, ya que Jesús no está mandando a que nos lastimemos físicamente. Lo que quiere enseñar es que debemos cortar de raíz todo aquello que nos aparta de Dios. Si hay amistades, lugares, hábitos o pensamientos que nos llevan al pecado, debemos deshacernos de ellos sin dudar. Una de las mayores tentaciones del hombre es la mirada hacia la mujer con deseo impuro. Si no cuidamos nuestros ojos, fácilmente podemos caer en tentación.
Y ya que hablamos de mirar, ¿qué órgano del cuerpo se encarga de esa función? Es el ojo. Por eso Jesús hace referencia a este tema en otra enseñanza en el evangelio de Mateo:
La lámpara del cuerpo es el ojo; así que,
si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz;Mateo 6:22
El ojo es la puerta de entrada de muchas tentaciones, pero también puede ser el canal de bendición si lo usamos para lo correcto. Si nuestros ojos se enfocan en lo bueno, en lo puro y en lo santo, nuestro cuerpo estará lleno de luz. Y no cualquier luz, sino la luz de Dios que alumbra en medio de las tinieblas. Pero si permitimos que nuestros ojos se llenen de deseos carnales y miradas impuras, eso contaminará todo nuestro ser.
pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas.
Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?Mateo 6:23
Estas palabras nos muestran la importancia de mantenernos vigilantes. Lo que permitimos entrar a nuestra mente a través de los ojos tiene un impacto directo en nuestra vida espiritual. Si miramos con deseo y dejamos que la tentación germine en el corazón, terminaremos atrapados en el pecado. Pero si usamos nuestros ojos para contemplar la belleza de la creación de Dios, para leer su Palabra y para mantenernos enfocados en Cristo, entonces caminaremos en luz.
El adulterio, como otros pecados, no surge de repente, sino que empieza con pequeñas concesiones, con miradas prolongadas, con pensamientos que no se corrigen a tiempo. Por eso Jesús va a la raíz y nos enseña a cuidar el corazón, a guardar la mente y a vigilar nuestros ojos. De esta manera evitaremos caer en aquello que desagrada al Señor.
Cuidémonos de todo lo malo que está a nuestro alrededor, porque día tras día el enemigo nos acecha para hacernos pecar contra Dios. Recordemos que la santidad empieza en lo secreto, en lo que vemos, en lo que pensamos y en lo que permitimos que habite en nuestro corazón. Sigamos el consejo del Maestro: apartemos de nosotros todo lo que sea ocasión de caer y busquemos llenar nuestra vida de la luz de Cristo, porque solo en Él podemos resistir la tentación y vivir en pureza.