Hablar de la alabanza es hablar de una de las expresiones más hermosas que un ser humano puede entregar a Dios. La Biblia nos muestra que la alabanza no es simplemente cantar o pronunciar palabras bonitas, sino que es una manifestación de gratitud, reconocimiento y exaltación al Creador del cielo y de la tierra. Cuando entendemos que hemos sido creados para darle gloria a Dios, entonces comprendemos que alabarle debe convertirse en un estilo de vida diario, y no en un acto ocasional. Así lo entendía el rey David, quien en medio de sus victorias y también de sus luchas sabía que debía exaltar el nombre del Señor.
Para el salmista David la alabanza era lo primordial en su vida, porque él sabía que el Señor se agradaba de ese hecho honroso, este hombre era de una fe enorme, la cual le fortalecía en sus momentos difíciles, y glorificaba a Dios de esta forma.
El cual hizo los cielos y la tierra,
El mar, y todo lo que en ellos hay;
Que guarda verdad para siempre,Salmos 146:6
El salmista no alababa solo porque sí, sino porque tenía claro que el Señor es el creador de todas las cosas. Cuando David levantaba su voz en alabanza, lo hacía reconociendo que aquel Dios al que servía había formado los cielos, la tierra, el mar y todo lo que en ellos existe. Esta perspectiva lo llenaba de humildad y le recordaba que todo lo que él poseía provenía de la bondad divina. En nuestra vida diaria, también podemos detenernos a contemplar la naturaleza, el firmamento, los mares y montañas, y entonces sentir el mismo impulso que tuvo David: dar gloria a Dios por sus maravillas.
La alabanza a Dios siempre tiene que mantenerse en nuestros labios, dando gloria al Señor por sus proezas, por sus maravillas y por todo lo ha creado. Cuando vemos todas las cosas que nos rodean, el mar, los cielos, la luna y las estrellas, y toda la creación, entonces decimos, oh cuán grande eres Dios de los ejércitos.
Que hace justicia a los agraviados,
Que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;Salmos 146:7
Alabar a Dios también significa reconocer su carácter justo y misericordioso. Él es quien defiende al oprimido, quien se compadece de los más débiles y quien provee alimento al hambriento. La alabanza no se centra únicamente en sus obras de creación, sino también en sus actos de justicia y compasión. Dios escucha el clamor del necesitado y responde a su tiempo. Esta es una razón poderosa por la cual no podemos dejar de engrandecer su nombre. Cada vez que vemos su mano extendida sobre nuestra vida o sobre la vida de alguien más, deberíamos unirnos a David y proclamar que solo Jehová es quien liberta al cautivo y da nuevas fuerzas al cansado.
¿Quién es el que liberta al cautivo? Dios fuerte y valiente, el que nunca ha perdido una batalla, el que da pan al hambriento, sana las heridas de los que están enfermos, restaura el corazón del afligido y le cubre con sus alas.
Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.Salmos 146:8
La alabanza también nos lleva a recordar que Dios es sanador y restaurador. El mismo Señor que abrió los ojos de los ciegos en el ministerio de Jesús es quien sigue trayendo luz a nuestra vida espiritual. Él levanta a los caídos, no solo físicamente, sino también a aquellos que han sido derrotados por la angustia o el pecado. Él ama la justicia y se complace en los que buscan agradarle con un corazón sincero. Por todo esto, no debemos reservar nuestra alabanza para un día específico, sino que debemos mantenerla viva todos los días de nuestra existencia.
Todos debemos agradecer a Dios por su justicia, por su bondad para con cada uno de nosotros, porque Él merece toda la adoración, Él atiende y sana a aquellos que no pueden ver, fortalece a los caídos, pero ante todo ama la justicia y al justo, por eso debemos dar alabanzas a Él. Solo a Él, por los siglos de los siglos.
En conclusión, la vida de David es un ejemplo de cómo la alabanza puede transformar nuestra manera de enfrentar las pruebas. La adoración nos conecta con el corazón de Dios y nos recuerda sus atributos: creador, justo, proveedor, libertador, sanador y juez recto. Por tanto, que nuestras vidas estén llenas de cánticos, palabras y acciones que glorifiquen a Aquel que es digno. Que cada día al despertar y al acostarnos podamos decir con convicción: «Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca» (Salmos 34:1).