Muchas veces nos enfrentamos a situaciones en las que sentimos que nuestras fuerzas no son suficientes, pero en medio de esas circunstancias podemos recordar una gran verdad: no estamos solos. La palabra de Dios nos asegura que Él pelea por nosotros y que en Su presencia podemos estar tranquilos. Esta certeza nos da paz en medio de la tormenta, pues solo Dios es quien hace justicia, quien nos guarda y quien nunca abandona a los que confían en Él.
La palabra de Dios nos dice que Dios peleará por nosotros y nosotros estaremos tranquilos, es muy cierto porque solo Dios es aquel que hace justicia, Él es quien nos defiende todo el tiempo.
Si en alguien debemos confiar, es en Dios porque solo Él es quien conoce todas las cosas, porque son creadas por Él. Si nuestros enemigos nos quieren derribar, entonces vayamos y clamemos al Señor y Él nos escuchará.
Escucha, oh Dios, mi oración,
Y no te escondas de mi súplica.Salmos 55:1
En estas palabras dichas por el salmista David, podemos llegar a pensar que Dios no escuchaba las oraciones de David, pero no era así porque Dios sí escuchaba su clamor. Algo pasaba con David cuando hacía este clamor con desesperación y era porque estaba pasando por un momento de angustia, y es por eso él decía «Señor, no te escondas a mi súplica», y es por eso que en un momento determinado podemos pensar que Dios no escuchaba el clamor de David.
No olvidemos que Dios siempre está atento a nuestros clamores, porque el Señor no rechaza la oración de aquel que tiene un corazón contrito y humillado, sino que a Dios le agrada cuando tú vienes ante él con humildad, pasivo, y con un corazón dispuesto a que Dios de fuerzas a tu espíritu que está necesitado de aquel que es grande y fuerte.
Está atento, y respóndeme;
Clamo en mi oración, y me conmuevo,Salmos 55:2
Clama al Señor, no te detengas porque Él está siempre a tu alrededor. Su palabra dice en el libro de Mateo 7:8 «Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá«. No detengas, cuando no puedas más toca a la puerta y se abrirá, llama y el Señor te responderá, y si le buscas le hallarás porque Dios se agrada que las personas se acerquen más a Él.
El clamor no es una simple palabra dicha con los labios, sino una expresión profunda del corazón que reconoce la grandeza de Dios y nuestra dependencia absoluta de Él. Cuando clamamos, le entregamos a Dios nuestras cargas, preocupaciones y miedos, confiando en que Él hará mucho más de lo que pedimos o entendemos. La oración ferviente abre puertas que el hombre no puede abrir y derriba muros que parecen imposibles de mover.
David nos enseña con su ejemplo que no importa cuán fuerte sea la angustia o la persecución, siempre podemos recurrir al Señor. En sus salmos vemos cómo él pasaba de la tristeza a la confianza, de la desesperación a la esperanza, porque entendía que Dios no desampara a quienes lo buscan de corazón. Esta es también una invitación para nosotros: no guardemos silencio cuando el alma está cargada, elevemos nuestra voz al cielo sabiendo que Dios está atento a nuestra oración.
Además, debemos recordar que la respuesta de Dios no siempre llega en el momento que esperamos, pero siempre llega en el tiempo perfecto. La confianza en Su justicia nos lleva a descansar, porque aunque el mundo se levante contra nosotros, si Dios está de nuestro lado, nada ni nadie podrá hacernos frente. Él es nuestro defensor, nuestro refugio y nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Así como David clamó con fe, nosotros también podemos levantar nuestra voz sabiendo que Dios se agrada de un corazón que le busca. No se trata de oraciones vacías o repetitivas, sino de abrir nuestro corazón al Padre con sinceridad, confiando que Su respuesta siempre será la mejor para nuestra vida. El Señor tiene el poder de transformar la angustia en gozo y la debilidad en fortaleza.
Conclusión: La palabra de Dios es clara: Él pelea nuestras batallas y escucha nuestro clamor. Aunque en momentos de angustia pensemos que el Señor guarda silencio, en realidad Él está trabajando a nuestro favor. Nuestro deber es mantenernos firmes en la fe, confiados en que a su debido tiempo veremos Su justicia. Oremos con sinceridad, confiemos en Su poder y vivamos tranquilos, porque el Dios que defendió a David es el mismo que hoy sigue defendiendo a Sus hijos.