Ayúdame a orar

La vida cristiana es un camino donde constantemente aprendemos a depender de Dios y también a reconocer nuestra necesidad de los demás. Muchas veces, la sociedad nos ha enseñado a pensar que la autosuficiencia es una virtud, que pedir ayuda es señal de debilidad o de poca capacidad, pero la Palabra de Dios nos muestra todo lo contrario. Reconocer que necesitamos ayuda no es rendirse, es demostrar humildad, es abrir nuestro corazón al Señor y a los hermanos en la fe que Él ha puesto a nuestro lado. La humildad es una joya que el creyente debe atesorar y cultivar cada día.

Puede que para muchos la palabra «ayúdame» se encuentre perdida dentro de su vocabulario, creyendo que son autosuficientes, y es que esta fe en nosotros mismos nos priva de una de las joyas más hermosas que puede poseer un cristiano: «La humildad»… La humildad es tan hermosa que las Escrituras dicen: «Dios mira al humilde de cerca y al altivo de lejos». En el rebaño del Señor no caben las palabras «yo puedo solo», somos un cuerpo y nos refugiamos unos a otros en el amor del Señor para poder soportar las pruebas y aflicciones.

Puede que el aislamiento esté acabando con muchas personas del cuerpo de Cristo, ellos prefieren pasar la tempestad solos diciendo que Dios es el único que está a su lado, pero no es así querido hermano, sí es cierto que Dios está nuestro lado cuando estamos en pruebas, pero también es muy cierto que necesitamos de nuestros hermanos en Cristo para poder soportarlas. Vayamos un poco al principio, en el libro de Génesis, cuando Dios creó al hombre, la Biblia dice:

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.

Génesis 2:18

Fíjese en algo, en aquel momento Adán contaba con Dios y tenía una comunión al cien por ciento con Dios, sin embargo, Dios dice: «No es bueno que el hombre este solo». Y es que amados hermanos, cuando Dios habla de su iglesia, habla de un cuerpo, donde se edifican el uno al otro y no podemos aislarnos de todos y creer que solos podemos.

Hoy en día, vivimos en un mundo que promueve la individualidad, la independencia y el aislamiento. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda que fuimos creados para vivir en comunidad, para apoyarnos mutuamente, para sobrellevar las cargas los unos de los otros. No es debilidad pedir ayuda, es reconocer que somos parte de un cuerpo y que juntos podemos enfrentar la vida con mayor fortaleza.

Un gran ejemplo de humildad es el apóstol Pablo, él escribió a los Romanos:

30 Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios,

31 para que sea librado de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en Jerusalén sea acepta;

32 para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y que sea recreado juntamente con vosotros.

Romanos 15: 30-32

El apóstol no miró a los romanos como personas muy pequeñas para pedirles la oración, tampoco se puso a él mismo por encima de ellos, y mucho menos se aisló como para pensar que era autosuficiente ante todos sus problemas. Nosotros debemos tener esa misma actitud, el saber que Dios ha puesto hermanos en Cristo a nuestro lado para que estén con nosotros en cualquier momento de la vida, y por su puesto, Él nos ha dejado a su Espíritu Santo para que venzamos cualquier adversidad.

Pedir ayuda en oración, buscar consejo sabio, extender la mano cuando ya no tenemos fuerzas, no es signo de derrota, es más bien reconocer que somos humanos y que necesitamos del respaldo espiritual y emocional de los demás. Cuando compartimos nuestras luchas, no solo recibimos apoyo, también inspiramos a otros a abrir su corazón y reconocer sus propias necesidades.

Además, la humildad al pedir ayuda fortalece la unidad de la iglesia. Cuando un hermano comparte su carga y otro responde, se cumple la Palabra que nos exhorta a “llevar los unos las cargas de los otros”. Esto nos recuerda que no somos islas, sino miembros de una gran familia espiritual. La dependencia mutua no es un defecto, sino parte del diseño divino para la vida cristiana.

Por lo tanto, no tengamos temor de decir “ayúdame”. Recordemos que Jesús mismo pidió a sus discípulos que velaran y oraran con Él en Getsemaní. Si el Hijo de Dios mostró su necesidad de compañía en un momento de gran aflicción, ¿cuánto más nosotros debemos reconocer que necesitamos de otros en nuestro caminar diario?

Conclusión: Aprendamos a cultivar la humildad en nuestra vida cristiana. Dejemos de lado la autosuficiencia y el orgullo, y abramos nuestro corazón a Dios y a los hermanos en la fe. No olvidemos que pedir ayuda es un acto de valentía y confianza, porque nos acerca más al propósito de Dios y nos recuerda que somos parte de un cuerpo unido en amor y servicio. Al decir “ayúdame”, no mostramos debilidad, mostramos la fortaleza de la humildad que agrada al Señor.

El Señor está atento a tu clamor
Responde mi oración Señor