Somos del Señor

El Señor Jesucristo ha pagado un alto precio por nuestro rescate a través de su muerte en la cruz, sufriendo todo tipo de dolencias y maltratos por amor a nosotros y ese precio nos hace ser propiedad de Él. Recordemos cuando el apóstol Pablo dijo: «el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo» (1 Corintios 7:22 part.B).

Este mensaje central del evangelio nos recuerda que no pertenecemos a nosotros mismos. Vivir para Cristo es reconocer que hemos sido comprados con un precio incalculable, que su sangre preciosa fue derramada como pago por nuestra redención. A partir de este sacrificio, nuestra vida ya no se rige por los deseos personales ni por los intereses pasajeros de este mundo, sino por el llamado eterno de aquel que nos rescató de la muerte. Esta verdad transforma nuestra manera de ver la vida, nos lleva a vivir con un propósito mayor y nos impulsa a rechazar aquello que no glorifica al Señor.

El apóstol Pablo escribiendo a los Romanos les daba a entender que dentro de la iglesia habían personas que hacían una cosa de una manera y otras de una manera diferente, sin embargo, esto les daba motivos para juzgarse entre ellos porque Cristo había muerto y resucitado por todos ellos. Esto de juzgar al hermano porque piense sobre un tema secundario diferente a mí no es desde ahora, siempre se ha visto esto, y es por ello que el apóstol le escribe a los Romanos para que ya parasen de discutir por temas vanos.

Lo que debemos entender es que todos nosotros vivimos para Cristo, ya no vivimos más para nosotros mismos, y es que muchas veces esto se nos olvida. También en las Escrituras existen otros pasajes que nos hablan de que Cristo es nuestro dueño y debemos tener esto sumamente presente, puesto que ya no hacemos nuestra propia voluntad sino la de Dios.

Aceptar que somos del Señor significa rendir nuestra voluntad cada día. Es reconocer que nuestras decisiones, pensamientos y acciones deben reflejar la obediencia a su Palabra. Este compromiso no es algo ligero, requiere perseverancia, fe y un corazón dispuesto a negarse a sí mismo para seguir a Cristo. Tal como dijo Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame». La vida cristiana no es un simple conjunto de reglas, sino una entrega genuina al Señorío de Cristo.

Hermanos, somos del Señor, y si somos de Él tenemos que vivir bajo sus preceptos, hacer todo lo posible por agradarle a Él. Que podamos entender que este mundo es pasajero, que este mundo perece, pero que los que somos del Señor permanecemos para siempre.

Por lo tanto, nuestra esperanza no se centra en lo terrenal ni en lo que el mundo pueda ofrecernos, sino en la promesa de la vida eterna. Esta convicción nos ayuda a mantenernos firmes en medio de pruebas y dificultades, sabiendo que todo lo que hagamos aquí tiene un propósito eterno. Vivir para Cristo es vivir con la certeza de que somos amados, comprados y guardados por Él. Que cada día podamos recordar esta verdad y que, tanto en la vida como en la muerte, nuestra confianza esté puesta únicamente en Jesucristo.

Conclusión: Jesús pagó un precio invaluable por cada uno de nosotros y ese acto de amor nos convierte en suyos para siempre. Nuestra vida, entonces, no puede girar alrededor de intereses pasajeros ni de disputas sin sentido, sino en torno a agradar a nuestro Salvador. Sea que vivamos o que muramos, del Señor somos, y esa es la mayor seguridad que puede tener un hijo de Dios. Mantengamos firme esta verdad en el corazón y vivamos cada día para su gloria.

Confianza eterna
Tú responderás, oh Señor