El amor de Dios es infinito y dura para siempre. Ese amor es el que nos transforma, nos liberta y purifica todo nuestro ser. No hay nada comparable al amor divino, porque no depende de nuestras obras ni de lo que podamos dar, sino que proviene de la naturaleza misma de Dios, que es amor. ¿Quién es el que nos da ese amor? Nuestro Dios soberano, invencible y poderoso. Este amor eterno es la razón por la que podemos levantarnos cada día con esperanza y confianza, aun en medio de las pruebas.
Cada día debemos buscar ese amor real, porque solo hay uno que puede otorgarlo de manera plena: el Señor. El amor humano es limitado, se cansa y se desgasta, pero el amor de Dios permanece intacto. Cuando comenzamos a buscar el amor de Dios con sinceridad, inmediatamente todo cambia en nuestra vida: nuestra mente se renueva, nuestro corazón se ensancha y aprendemos a ver las cosas con una perspectiva eterna.
Yo amo a los que me aman,
Y me hallan los que temprano me buscan.Proverbios 8:17
El libro de Proverbios nos recuerda que buscar a Dios a tiempo trae bendición. Él ama a quienes le aman y se revela a quienes lo buscan temprano, es decir, con diligencia y prioridad. No se trata únicamente de un horario matutino, sino de la disposición del corazón que no retrasa la decisión de acercarse a Dios. La invitación es clara: si decidimos buscar al Señor con un corazón dispuesto, lo encontraremos.
Es importante no perder tiempo en las distracciones del mundo, sino buscar a Dios antes de que sea demasiado tarde. La vida es frágil, nuestro cuerpo mortal tiene un límite, y tarde o temprano llegará el día en que ya no habrá más oportunidades. Por eso, debemos procurar un encuentro personal con nuestro Creador mientras tenemos vida, pidiendo que su amor entre en todo nuestro ser y lo transforme completamente.
Las riquezas y la honra están conmigo;
Riquezas duraderas, y justicia.Proverbios 8:18
Las bendiciones que vienen de Dios son verdaderas y duraderas. A diferencia de las riquezas pasajeras del mundo, que muchas veces vienen acompañadas de ansiedad y preocupaciones, las bendiciones del Señor no añaden tristeza con ellas. Sus regalos son plenos, y aunque no siempre se traducen en bienes materiales, siempre producen gozo, paz y justicia en la vida del creyente.
Por eso es fundamental que aprendamos a valorar más lo eterno que lo temporal. Los bienes materiales pueden perderse en un instante, pero la honra y la justicia que provienen de Dios permanecen para siempre. Este es el tipo de riqueza que no se mide en cuentas bancarias, sino en la fidelidad de un corazón rendido a Cristo.
El amor de Dios también nos capacita para amar a los demás de una manera que por nosotros mismos sería imposible. Nos ayuda a perdonar, a ser compasivos, a mostrar misericordia. Cuando permitimos que su amor gobierne nuestras acciones, dejamos de lado el egoísmo y aprendemos a reflejar la bondad divina en nuestra vida cotidiana.
Querido lector, creamos en Dios, busquemos de Él, de su amor perfecto, y acerquémonos a Él con sinceridad. No lo dejemos para después, porque el mañana es incierto, pero hoy es el día en que podemos abrir nuestro corazón al Señor. Su amor no solo nos bendecirá aquí en la tierra, sino que nos asegurará la vida eterna junto a Él.
Que cada día sea una oportunidad para despertar temprano, no solo en lo físico, sino en lo espiritual, para decirle al Señor: “Aquí estoy, quiero conocerte más, quiero experimentar tu amor en mi vida”. Si hacemos esto, veremos cómo su amor infinito nos guía, nos sostiene y nos llena de verdadera paz. Amén.