Todos hemos leído alguna vez sobre Jacob, aquel hombre a quien Dios más tarde le puso por nombre Israel. Muchos suelen juzgar sus inicios, pues engañó a su hermano Esaú y tomó para sí la bendición que le correspondía. Sin embargo, debemos comprender que los planes de Dios son indetenibles, y aquella bendición estaba predestinada para Jacob. Nada ni nadie podía impedir lo que Dios había establecido. Aquí aprendemos una gran verdad: los planes del Señor están por encima de las circunstancias humanas. Él ejecuta su voluntad de acuerdo a su propósito eterno, y en su sabiduría incluso usa nuestras debilidades para llevar a cabo sus planes perfectos.
Quizás al pensar en Jacob nos resulte difícil entender cómo un hombre con fallas podía ser el escogido de Dios. Pero esto mismo nos da esperanza, porque al igual que Jacob, nosotros también tenemos errores, tropiezos y pecados, y aun así, el Señor decide amarnos y extender su gracia sobre nosotros. Si estás vivo hoy es porque Dios tiene un propósito contigo. Tal vez tu madre alguna vez te contó que al nacer estuviste en peligro de morir, o quizás enfrentaste momentos en los que pensaste que tu vida llegaba a su fin. ¿Por qué no moriste? Porque Dios tiene un plan con tu vida, y mientras ese plan no se cumpla, nada podrá destruirte.
El pasaje de Génesis nos recuerda una de las promesas más hermosas que Dios le dio a Jacob:
He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho. (Génesis 28:15)
Estas palabras fueron pronunciadas en un momento clave de la vida de Jacob. Él estaba huyendo, temeroso, inseguro, y en medio de esa situación Dios se le revela en sueños, confirmándole que no estaba solo. Jacob despierta impactado y dice: «Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía». Luego levantó un altar, ungió aquella piedra con aceite y llamó a ese lugar Bet-el, que significa «casa de Dios». Allí comprendió que el Señor estaba con él en cada paso de su vida.
Lo maravilloso es que esa promesa no fue solo para Jacob, sino que también es para nosotros. Cristo lo confirmó en el Nuevo Testamento cuando dijo: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). La misma presencia que acompañó a Jacob en el desierto, la misma mano que lo libró de sus enemigos, es la que hoy nos guarda, nos sustenta y nos guía.
Tal vez tú mismo estés pasando por un proceso difícil, sintiendo que no hay salida, que estás huyendo de algo que te persigue. Recuerda que Jacob también se sintió así, pero fue en ese desierto donde Dios le aseguró su fidelidad. No importa cuán grandes sean tus luchas, el Señor está contigo y no te dejará hasta cumplir lo que ha prometido en tu vida.
La historia de Jacob también nos recuerda que nuestro encuentro con Dios transforma nuestra perspectiva. Antes de ese sueño, Jacob solo veía sus problemas, pero después entendió que no estaba solo, que Dios mismo estaba con él. Así también, cuando reconocemos la presencia del Señor en nuestras vidas, comprendemos que nuestras cargas son más ligeras, porque no estamos caminando en nuestras fuerzas, sino en las de Aquel que todo lo puede.
Amigos, hoy podemos confiar en esta gran verdad: Cristo está con nosotros. Su gracia es suficiente, su amor nos sostiene, y su presencia nos guarda del maligno. No temas, no desmayes, porque así como Dios fue fiel con Jacob, también lo será contigo. Él prometió estar contigo todos los días, y su palabra es fiel y verdadera.
No olvides: cuando pienses que estás solo, recuerda la voz del Señor diciendo: «Yo estoy contigo y te guardaré dondequiera que vayas». Esa es nuestra esperanza, nuestra seguridad y nuestra fortaleza. Confiemos en el Señor, porque sus planes nunca fallan.