Damos gloria a Dios en este día por la gran misericordia que ha tenido de nosotros. Él nos encontró cuando estábamos perdidos en nuestros delitos y pecados, cuando no había esperanza ni fuerzas en nuestro interior. En su infinita bondad nos levantó, nos vistió con ropas de salvación, nos dio agua viva, secó nuestras lágrimas y nos puso nuevamente en el verdadero camino. Por eso, nuestro corazón se llena de gratitud, pero a la vez elevamos una oración: “Señor, ayúdanos a nunca desviarnos del camino que nos has trazado”.
La realidad es que Dios ha sido demasiado bueno con nosotros. Es como ese amigo fiel que es más cercano que un hermano, que nunca falla, que siempre está dispuesto a extender la mano cuando más lo necesitamos. Sin embargo, en nuestra debilidad humana a veces podemos comenzar a rechazar esa amistad. ¿Cómo? No siempre con palabras, sino con actitudes, con acciones que sabemos muy bien que no agradan al Señor. Así como una persona puede rechazar a un amigo de muchas formas, también podemos rechazar a Dios de múltiples maneras: con indiferencia, con desobediencia, con falta de gratitud o con un corazón dividido. Y esto debe llevarnos a reflexionar profundamente.
Tener una amistad con Dios no es cualquier cosa; es el mayor privilegio que un ser humano puede poseer. Esa amistad transforma nuestra vida y nos hace diferentes del mundo que nos rodea. Alimentar esa amistad requiere integridad, sinceridad y compromiso. No podemos andar rechazando la gracia de Dios con nuestras acciones, porque ¿qué mayor bendición existe que poder servirle a Él, el Rey de reyes y Señor de señores? La verdadera madurez espiritual comienza cuando entendemos que nuestra vida ya no nos pertenece, sino que debe estar rendida a Cristo en todo momento.
No podemos conformarnos con ser “cristianos de banco”, que se limitan a asistir, pero viven como si Dios no existiera. No podemos ser creyentes de doble vida, que aparentan devoción, pero sus obras niegan la fe que profesan. Debemos ser cristianos íntegros, temerosos de Dios, comprometidos con agradarle en todo momento, como un esposo fiel que busca honrar y cuidar a su esposa en cada detalle. Así también, nuestro caminar diario debe estar lleno de temor santo y reverencia hacia el Señor.
El autor de Hebreos concluye diciendo que “nuestro Dios es fuego consumidor”. Esto nos recuerda que Él es santo, justo y que no puede ser burlado. La gracia no debe ser excusa para vivir en pecado, sino motivo para vivir en santidad y gratitud. Dios nos ha regalado la salvación y nos ha dado un reino inconmovible, y la única respuesta adecuada es entregarle nuestra vida en obediencia.
Hermanos, levantemos las manos caídas y afirmemos nuestras rodillas paralizadas. No nos detengamos en el camino de la fe. Tomemos fuerzas en la Palabra, recibamos aliento en la oración, y caminemos con decisión en el buen camino que Cristo ha trazado. No rechacemos la gracia que nos fue dada, porque no hay mayor honor que servir a nuestro Dios con temor, reverencia y gratitud eterna. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.