La bendición del evangelio

Lo primero que debemos preguntarnos es: ¿Qué es el evangelio? La Biblia define el Evangelio como un mensaje, y ese mensaje trata de la vida, muerte de cruz y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Son las buenas nuevas de que Él murió por nuestros pecados para darnos salvación, y que vendrá una vez más a buscar a su santa iglesia. Verdaderamente ese mensaje es una tremenda bendición, porque transforma al hombre desde lo más profundo de su ser, le da esperanza en medio de la oscuridad y vida en abundancia en Cristo Jesús.

El apóstol Pablo escribió a los romanos:

28 Así que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España.

29 Y sé que cuando vaya a vosotros, llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo.

Romanos 15:28-29

En estos versos Pablo les expresa a los romanos su deseo de visitarlos, aunque primero debía cumplir con otras responsabilidades ministeriales. Sin embargo, lo que resalta con gran fuerza es su afirmación en el verso 29: “Llegaré con abundancia de la bendición del evangelio de Cristo”. Es decir, Pablo no pensaba llegar con riquezas, estrategias humanas o con sabiduría mundana, sino con el poder del evangelio, que es la verdadera bendición capaz de cambiar vidas y transformar corazones.

Ese mismo pensamiento lo reafirma cuando escribe a los corintios:

1 Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.

2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor;

4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,

5 para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

1 Corintios 2:1-5

Aquí vemos la convicción del apóstol: no confiaba en su elocuencia ni en su capacidad retórica, sino en el poder de Dios a través del evangelio. Para Pablo, el mensaje central no podía ser otro que Cristo crucificado. Esto muestra que la verdadera fe no se fundamenta en discursos bien elaborados, sino en la obra del Espíritu Santo que respalda la predicación de las buenas nuevas.

Hoy en día, lamentablemente, muchos predicadores buscan entretener más que confrontar con la verdad del evangelio. Algunos creen que el mensaje de la cruz es anticuado o poco atractivo, y optan por estrategias humanas para atraer multitudes. Sin embargo, la realidad es que el evangelio nunca ha perdido su poder. Lo que transformó vidas en el primer siglo es lo mismo que sigue transformando vidas hoy: la obra redentora de Cristo en la cruz y su resurrección gloriosa.

El evangelio no es simplemente un mensaje entre muchos, es el mensaje. Es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Por eso Pablo no se avergonzaba de predicarlo y lo consideraba suficiente para penetrar al corazón más endurecido. Ningún otro mensaje puede perdonar pecados, reconciliar al hombre con Dios y darle vida eterna. Solo el evangelio de Jesucristo tiene ese poder.

Cristo murió por nosotros y nos hizo libres por su preciosa sangre derramada en la cruz. ¿Acaso no es suficiente este mensaje para predicarlo con pasión y valentía? Si el Hijo de Dios entregó su vida para salvarnos, nuestra responsabilidad es proclamar esa verdad sin reservas. El mundo puede cambiar de modas, filosofías y corrientes, pero el evangelio sigue siendo el mismo y nunca pasará.

Querido lector, seamos multiplicadores del mensaje del evangelio. No lo escondamos ni lo arrinconemos, porque no existe un mensaje más importante ni más poderoso que este. Proclamemos con convicción que Cristo murió, resucitó y volverá. Llevemos la abundancia de la bendición del evangelio a cada rincón, sabiendo que es la única esperanza para un mundo que vive en tinieblas. El evangelio no es anticuado, es eterno, y seguirá brillando hasta el día glorioso en que nuestro Señor regrese.

Dios nos ha dado vida eterna
Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores