La salvación es un regalo de Dios, el cual fue pagado a precio de sangre por medio de su Hijo amado Jesús. Cristo fue crucificado para que cada uno de nosotros obtenga la salvación, aún sin nosotros merecerla. Este regalo no puede ser comprado ni alcanzado por esfuerzos humanos, sino que es otorgado por gracia. Cuando reflexionamos en ello, entendemos la magnitud del amor de Dios, pues siendo nosotros indignos y pecadores, Él nos entregó lo más precioso: a su Hijo unigénito para morir en nuestro lugar.
Algo que debemos recordar es que Jesús vino al mundo por amor, para que tengamos vida y vida en abundancia. Su propósito no fue establecer un simple mensaje moral, ni fundar una religión más, sino salvar lo que se había perdido. Por esta razón el apóstol Pablo les recuerda a los efesios y también a Timoteo el motivo principal de la venida de Cristo a este mundo:
Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
1 Timoteo 1:15
Este versículo refleja la humildad del apóstol Pablo al reconocer su propia condición pecadora. Él no se consideraba superior a nadie, sino el primero de los pecadores. Esa misma actitud debemos adoptar todos los creyentes, porque ante Dios nadie puede presentarse como justo por sus propios méritos. La salvación no se alcanza con buenas obras, sino a través de la fe en Jesucristo, quien vino a rescatar lo que estaba perdido.
Muchas veces pensamos erróneamente que Jesús vino a buscar personas justas, aquellas que supuestamente cumplen la ley y no fallan. Sin embargo, recordemos las palabras del Maestro cuando lo vieron reunido con publicanos y pecadores:
11 Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?
12 Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Mateo 9:11-12
Jesús no se avergonzó de sentarse a la mesa con los despreciados de la sociedad. Él sabía que eran los pecadores quienes necesitaban sanidad espiritual y perdón. Los fariseos, llenos de orgullo, no comprendieron que sin Cristo todos estamos enfermos por causa del pecado. Solo quien reconoce su necesidad puede recibir el remedio divino de la gracia.
Por eso Pablo declara en 1 Timoteo 1:15 que Cristo vino a salvar a los pecadores, y añade con humildad: “de los cuales yo soy el primero”. Al decir esto, el apóstol mostraba que la salvación no depende de lo que fuimos, sino de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. Y en el versículo siguiente añade:
Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.
1 Timoteo 1:16
La vida de Pablo es un ejemplo de cómo Dios puede transformar a un perseguidor de la iglesia en un predicador del evangelio. Su testimonio sirve como esperanza para todos nosotros: no importa qué tan lejos hayamos estado, la misericordia de Dios puede alcanzarnos. El perdón de Cristo no tiene límites y su gracia es suficiente para todo aquel que cree.
El pasaje culmina con una gloriosa doxología que recuerda el carácter eterno y majestuoso de Dios:
Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
1 Timoteo 1:17
Estas palabras son un recordatorio de que todo reconocimiento pertenece únicamente a Dios. Él es eterno, inmortal e invisible, pero también cercano, pues se reveló en Jesucristo para traer salvación. Nuestra respuesta no puede ser otra que la adoración y la gratitud por tan grande misericordia.
Queridos hermanos, no olvidemos que somos simples pecadores, pero que Dios nos amó tanto que entregó a su único Hijo para salvarnos. Aceptemos ese regalo con humildad, vivamos agradecidos y proclamemos con nuestras vidas que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Que cada día recordemos que la salvación es por gracia, y que toda la gloria pertenece al Rey de los siglos, nuestro Señor y Salvador Jesucristo.