Dios y las riquezas

Hoy en día vemos que las personas tienen más amor por el dinero que por Dios, olvidando que la Biblia nos enseña claramente que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Vivimos en una sociedad que ha colocado el valor de las riquezas materiales por encima de los valores espirituales, y por eso encontramos tanta corrupción, egoísmo y desamor en el corazón humano. Sin embargo, debemos recordar que todas estas cosas son pasajeras y que lo único que permanece para siempre es la Palabra del Señor y nuestra comunión con Él.

En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón —un hombre que lo tuvo todo en riquezas, fama y poder— nos exhorta diciendo que todo es vanidad. Él, habiendo probado los placeres, el lujo y la abundancia, llega a la conclusión de que nada de eso llena el vacío del corazón humano. Todo lo que está bajo el sol es vanidad y correr tras el viento. Esta reflexión nos recuerda que lo material un día pasará, y por eso no debemos amar más lo material que a Dios.

Ninguno puede servir a dos señores;

porque o aborrecerá al uno y amará al otro,
o estimará al uno y menospreciará al otro.

No podéis servir a Dios y a las riquezas.

Mateo 6:24

Jesús fue muy claro en sus enseñanzas acerca de las riquezas. Él nos advirtió que ningún hombre puede servir a dos señores al mismo tiempo. ¿Qué significa esto en la práctica? Que el corazón humano no puede estar dividido. Si ponemos nuestra confianza y nuestro amor en las riquezas, inevitablemente dejaremos de lado nuestra devoción a Dios. Las riquezas, cuando ocupan el primer lugar en nuestra vida, se convierten en un ídolo, en un dios falso que exige toda nuestra atención y nos aparta del verdadero Dios.

El problema no está en tener dinero, porque el dinero en sí mismo es un recurso necesario para vivir y para sostenernos. El problema está en el amor al dinero, en ese deseo insaciable que lleva al hombre a olvidarse de su Creador y a poner toda su esperanza en las cosas terrenales. Cuando una persona vive de esta manera, no solo daña su relación con Dios, sino también sus relaciones con los demás. Puede llegar a menospreciar a su familia, a sus amigos e incluso a sus propios valores por la ambición de poseer más.

porque raíz de todos los males es el amor al dinero,

el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe,
y fueron traspasados de muchos dolores.

1 Timoteo 6:10

El apóstol Pablo también nos advierte sobre este peligro. El amor al dinero ha llevado a muchos a desviarse de la fe, a olvidarse de las promesas del Señor y a caer en trampas que producen dolor y destrucción. El dinero no es eterno, y quienes ponen su confianza en él terminan experimentando frustración, vacío y sufrimiento. Jesús mismo lo dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mateo 16:26).

Detrás de esa obsesión por lo material está la estrategia del enemigo. Satanás utiliza las riquezas como un señuelo para desviar al hombre de los caminos de Dios. Presenta lo material como lo más importante, como si de ello dependiera la verdadera felicidad, cuando en realidad todo eso es pasajero. La Escritura nos recuerda que el cielo y la tierra pasarán, pero las palabras del Señor no pasarán jamás.

Amados hermanos, debemos tomar una decisión: o servimos a Dios o servimos a las riquezas. No podemos tener un pie en cada lugar, pues el corazón no puede dividirse. Servir a Dios es andar en sus caminos, confiar en su provisión y recordar que nuestro verdadero tesoro está en los cielos. Como dijo Jesús: “Haced tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:20). Allí está la seguridad eterna.

Que nuestro anhelo no sea acumular riquezas en la tierra, sino vivir de tal manera que glorifiquemos a Dios en todo. El dinero se acaba, pero la vida eterna en Cristo es un tesoro que jamás se perderá. Procuremos que nuestras acciones reflejen que servimos al Dios verdadero y no a las vanidades de este mundo.

Haced todo para el Señor, no para los hombres
El gozo del Señor es vuestra fuerza