Cuando tenemos algo debemos valorarlo y no provocar a otras personas a irritarse o a sentir envidia de lo que poseemos, porque estas actitudes no son del agrado de Dios. La Escritura nos muestra ejemplos claros de cómo la soberbia y la burla pueden herir profundamente a los demás. Para reflexionar sobre esto, veamos la historia de Ana, una mujer de fe que nos enseña a buscar a Dios en medio de la angustia.
Pero Ana hablaba en su corazón,
y solamente se movían sus labios,
y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria.1 Samuel 1:13
Ana no podía tener hijos porque era estéril, y además de esta carga, su edad ya estaba muy avanzada. El dolor era aún mayor porque su esposo tenía otra mujer, Penina, que sí tenía hijos. Penina aprovechaba esta situación para herir a Ana, recordándole constantemente su incapacidad de concebir. La comparación y la burla hacían que Ana se sintiera cada vez más afligida.
La Biblia nos muestra que Penina actuaba con arrogancia, echándole en cara a Ana su esterilidad. Estas actitudes reflejan lo que muchas veces sucede hoy: personas que se sienten superiores por tener más bienes, más logros o más bendiciones aparentes, y en lugar de ser humildes, provocan envidia y dolor en los demás. Pero el verdadero hijo de Dios sabe que lo que tiene debe valorarlo y nunca usarlo para menospreciar a otros.
Ana, por su parte, reaccionó de manera diferente. En vez de responder con insultos o dejar que la amargura gobernara su corazón, decidió derramar su alma delante de Dios. La Biblia relata que estaba tan angustiada que oraba en silencio, moviendo sus labios sin emitir sonido, al punto que el sacerdote Elí pensó que estaba ebria.
Entonces le dijo Elí:
¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino.1 Samuel 1:14
Este malentendido muestra que incluso quienes deberían entendernos a veces nos juzgan mal. Elí no comprendía lo que Ana vivía en su interior, y la acusó sin saber la verdad. Pero Ana no se quedó callada ni se ofendió, sino que con humildad explicó lo que estaba sucediendo en su corazón.
Y Ana le respondió diciendo:
No, Señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu;
no he bebido vino ni sidra,
sino que he derramado mi alma delante de Jehová.1 Samuel 1:15
Ana reconocía que su única salida era acudir al Señor. Ella le pedía con lágrimas que le permitiera concebir un hijo, no para su propia gloria, sino con el propósito de dedicarlo por completo a Dios. Ese detalle es clave: su petición estaba alineada con la voluntad divina, y por eso fue escuchada. La fe genuina no busca la exaltación personal, sino la gloria de Dios en todo lo que recibimos.
Después de este encuentro, Elí bendijo a Ana, y en el tiempo de Dios su petición fue contestada. Ana concibió a Samuel, a quien dedicó al servicio del Señor tal como lo había prometido. Este desenlace nos recuerda que los tiempos de Dios son perfectos: Él no llega tarde ni se adelanta, responde en el momento justo.
La historia de Ana nos enseña varias lecciones prácticas: primero, no debemos usar nuestras bendiciones para provocar a otros ni para alimentar la envidia; segundo, en la aflicción debemos acudir a Dios con humildad, derramando nuestra alma ante Él; y tercero, debemos confiar en que la respuesta de Dios siempre llega en el tiempo perfecto. Lo que para el hombre parece imposible, para Dios es posible.
Amados hermanos, aprendamos de Ana a confiar y esperar en el Señor. Si hoy estás pasando por un tiempo de esterilidad en cualquier área de tu vida —ya sea en lo espiritual, lo emocional o lo material— recuerda que Dios escucha las oraciones sinceras. Él mira el corazón contrito y quebrantado, y en su fidelidad puede transformar nuestra tristeza en alegría. Que cada día podamos acercarnos a su presencia, confiando en que Él tiene el control de todas las cosas.