Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado

El cristiano debe cada día cuidar lo que va a salir de su boca, porque existen palabras que pueden edificar, pero también palabras que pueden dañar profundamente. Una palabra dicha sin pensar puede herir un corazón, destruir una amistad o incluso arruinar un testimonio. Por eso es tan importante recordar el viejo dicho: «piense antes de hablar». La Biblia nos recuerda una y otra vez que la lengua, aunque es un miembro pequeño, tiene un gran poder sobre la vida y la muerte. Lo que decimos refleja lo que hay en nuestro corazón, y de ahí la importancia de cultivar pensamientos santos y palabras que honren a Dios.

El hombre bueno,
del buen tesoro del corazón saca buenas cosas;
y el hombre malo,
del mal tesoro saca malas cosas.
Mateo 12:35

En este pasaje Jesús nos recuerda que lo que sale de nuestra boca revela lo que tenemos en el corazón. Si nuestro corazón está lleno de resentimiento, enojo o maldad, tarde o temprano esas cosas se reflejarán en nuestras palabras. Pero si nuestro corazón está lleno de la Palabra de Dios y de la obra del Espíritu Santo, entonces nuestras palabras serán de bendición, de ánimo y de verdad. El problema no es solo la lengua, sino lo que alimenta al corazón. Por eso, debemos cuidar lo que pensamos, lo que escuchamos y lo que dejamos que habite en nuestro interior.

Cuando Jesús habló sobre esto, estaba rodeado de una multitud que quería escucharle. Él les enseñó que toda blasfemia o palabra vana podía ser perdonada, excepto una: blasfemar contra el Espíritu Santo. Esta declaración es muy seria y nos recuerda que no debemos tomar a la ligera lo que decimos. Una cosa es que alguien hable en un momento de enojo o debilidad, y otra es rechazar deliberadamente la obra del Espíritu de Dios, atribuyéndole maldad. Ese pecado es un rechazo consciente y definitivo de la gracia divina, y por eso Jesús advirtió que no tendría perdón.

Esto debe llevarnos a reflexionar sobre la seriedad de nuestras palabras. No podemos hablar sin pensar, ni vivir como si lo que decimos no tuviera consecuencias. Cada mentira, cada crítica destructiva, cada palabra hiriente queda registrada delante de Dios. Pero también cada palabra de aliento, cada oración, cada palabra de fe y esperanza cuenta en nuestro favor. La Biblia nos muestra que lo que decimos puede traer vida o muerte espiritual a quienes nos rodean.

Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres,
de ella darán cuenta en el día del juicio.
Mateo 12:36

Jesús fue claro: en el día del juicio daremos cuentas por cada palabra que pronunciamos. Esta advertencia no debe producir miedo paralizante, sino una actitud de responsabilidad. Significa que Dios valora nuestras palabras, que no son algo vacío o sin sentido. En un mundo donde hablar de más es algo común, los hijos de Dios están llamados a hablar con sabiduría, con prudencia y con amor. Nuestras palabras son semillas: si sembramos odio, recogeremos división; si sembramos paz, recogeremos fruto de justicia.

La ociosidad en las palabras se refiere a hablar sin propósito, hablar de manera frívola o dañina. Jesús llamó la atención de aquellos que desperdiciaban sus palabras en murmuraciones y blasfemias. En cambio, nos invita a usar nuestra voz para edificar, para compartir el evangelio, para consolar a los que sufren y para glorificar a Dios. El creyente debe ver su lengua como un instrumento en manos de Cristo.

Porque por tus palabras serás justificado,
y por tus palabras serás condenado.
Mateo 12:37

Este versículo resume la enseñanza de Jesús: nuestras palabras tienen un peso eterno. No se trata solo de lo que hacemos, sino también de lo que decimos. En el día del juicio, muchos serán justificados porque con su boca confesaron a Cristo como Señor y hablaron palabras de fe. Pero otros serán condenados porque su boca estuvo llena de maldición, mentira y blasfemia. Por eso, debemos orar como el salmista: «Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios» (Salmo 141:3).

Querido lector, que este mensaje te impulse a reflexionar sobre tus palabras. ¿Son tus palabras un reflejo de la gracia de Dios en tu vida? ¿Son palabras que construyen y bendicen, o palabras que destruyen y hieren? Recuerda que la verdadera sabiduría consiste en usar la lengua para honrar al Señor y edificar a los demás. Que el Espíritu Santo nos ayude a hablar siempre con verdad, amor y misericordia, para que en aquel día seamos hallados justificados por nuestras palabras.

Misericordia de Dios hacia un rey justo
Venciendo al gigante