Hoy en día existe una guerra constante por estar en la cima, por ser reconocidos, por ser el más grande, el más influyente en la sociedad, y esto no solo resalta en el mundo secular, sino que también lo vemos en la iglesia. El intento por ser el más grande ha hecho un gran mal en todo el sentido de la palabra, puesto que nos hace parecer personas que solo nos interesamos por nosotros mismos y que lo que hacemos es para nuestra propia gloria. Pero no debe ser así, todo lo que hacemos debe ser única y exclusivamente para la gloria de Su Nombre. El orgullo es un veneno que destruye lentamente la vida espiritual, mientras que la humildad es un camino seguro hacia la presencia de Dios.
En una ocasión los discípulos vinieron a Jesús con una pregunta que revelaba la lucha que llevaban en sus corazones: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Ellos, al igual que muchos de nosotros, deseaban un reconocimiento especial. Sin embargo, Jesús les respondió con una enseñanza que derriba toda pretensión de grandeza humana y que nos muestra que el verdadero camino en el reino de Dios es la humildad.
1 En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?
2 Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
Mateo 18:1-3
Después de escuchar esta pregunta, Jesús escogió a un niño y lo puso en medio de ellos, diciendo que si no se volvían y se hacían como niños no entrarían en el reino de los cielos. ¿Por qué como niños? Porque los niños tienen pensamientos distintos a los adultos, sus corazones no están contaminados por el orgullo ni por la competencia. Un niño confía, depende y vive con sencillez. De ahí que Pablo también exhortara: “sed como niños en cuanto a la malicia” (1 Corintios 14:20).
La verdadera prueba de que hemos nacido de nuevo es que nos despojamos de la arrogancia y buscamos dar toda la gloria a Dios. Esto se refleja en que no procuramos el reconocimiento humano, sino que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Cuando la humildad gobierna nuestra vida, no hay espacio para la vanagloria ni para la altivez. En cambio, se abre la puerta para que Dios nos mire de cerca y nos use para Su gloria.
Jesús mismo respondió la pregunta de sus discípulos de manera contundente:
4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.
5 Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe.
Mateo 18:4-5
La enseñanza es clara: el mayor en el reino no es el más elocuente, ni el más fuerte, ni el más conocido, sino el que se humilla como un niño. Y recibir a un niño en el nombre de Cristo es también recibir a Jesús mismo, lo cual nos recuerda que el servicio humilde hacia los más pequeños, los débiles y los necesitados, es en realidad servicio directo a nuestro Señor.
Vivimos en un tiempo en el que se exalta la autoimagen, las plataformas personales y la búsqueda de fama. Sin embargo, Jesús nos llama a un camino diferente, un camino de humildad y dependencia. Él mismo nos dio ejemplo al dejar su gloria celestial, hacerse hombre y servir hasta la muerte, y muerte de cruz. No vino a ser servido, sino a servir. Y nos invita a seguir sus pasos.
Querido hermano, seamos conscientes de que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Recordemos que la grandeza en el reino de Dios no se mide por lo que logramos en este mundo, sino por nuestra disposición a humillarnos delante del Señor y servir a los demás. Que la pregunta “¿Quién es el mayor?” no encuentre en nosotros ambición personal, sino la determinación de parecernos cada día más a Cristo.
Ese es el mayor, el que se humilla como un niño. Y recordemos siempre: “Dios mira al altivo de lejos y al humilde de cerca”. Que cada uno de nosotros busque ser hallado humilde y fiel, para que en aquel día escuchemos la voz de nuestro Señor diciéndonos: “Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.