Todos hacemos planes, todos tenemos metas y queremos cumplir algo en la vida, y nos esforzamos por ello. Esto es bueno, pues el hombre que se comporta de esta manera demuestra que tiene dirección y responsabilidad ante la vida. Dios no está en contra de que planifiquemos, al contrario, su Palabra nos enseña a ser diligentes y a trabajar con esfuerzo. Sin embargo, lo incorrecto es pensar en hacer todo esto sin ponerlo en las manos de Dios. Cuando hacemos planes prescindiendo de Dios, nos arriesgamos a caminar en soberbia y en autosuficiencia, olvidando que nuestra vida depende enteramente de Él.
A lo largo de la historia de la humanidad, muchos hombres han trazado proyectos sin contar con Dios. Algunos incluso han pronunciado palabras arrogantes como: “Ni Dios me puede detener”. Sin embargo, la realidad demuestra que todo plan que no está bajo la voluntad divina está destinado a fracasar o a traer consecuencias amargas. El verdadero éxito no radica en alcanzar metas humanas, sino en caminar bajo la dirección del Señor.
El apóstol Santiago nos recuerda esta gran verdad con palabras muy claras:
La vida del hombre, por más fuerte o exitosa que parezca, es tan frágil como la de una hormiga que recorre su camino y de repente puede ser aplastada. Así de vulnerable es nuestra existencia. Por eso, no debemos gloriarnos del mañana ni pensar que tenemos todo bajo control. Más bien, debemos agradecer a Dios por cada día de vida, por cada logro alcanzado y por cada meta cumplida, sabiendo que todo proviene de Él.
El apóstol Pablo también nos recuerda esta verdad cuando dice:
Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.
Romanos 14:8
Esta declaración resume el corazón de la vida cristiana. Todo lo que somos y todo lo que hacemos debe estar rendido a Dios. Vivimos para glorificarle, y aun en la muerte seguimos siendo suyos. No hay circunstancia en la que dejemos de pertenecer al Señor. Por eso, cada plan, cada meta y cada proyecto deben estar en sus manos. Solo así podremos experimentar la paz de saber que caminamos en su voluntad.
Queridos hermanos, pongamos en las manos de Dios todos nuestros planes y proyectos. No caminemos en autosuficiencia ni nos dejemos engañar por la ilusión de que controlamos nuestro futuro. Confiemos en que el Señor tiene pensamientos de bien para nosotros, y que al encomendarle nuestro camino, Él afirmará nuestros pasos. Vivamos con humildad, dependiendo de su gracia, y les aseguro que de esta manera tendremos una vida bendecida en Cristo Jesús.