El consuelo del Señor alegra mi alma

Dios es nuestro amparo y fortaleza, Él es quien nos sostiene y nos ayuda a soportar las pruebas y aun en los momentos más difíciles Él está con nosotros, cada día debemos estar en su presencia y clamar a Dios que es nuestro salvador.

Si no me ayudara Jehová,
Pronto moraría mi alma en el silencio.

Salmos 94:17

En realidad, si Dios no nos ayudara estuviésemos muertos, Él es quien nos sustenta y nos bendice cada día, nos libra del lazo del cazador, de aquel que viene en contra para perturbarnos, para hacer que nosotros nos alejemos de la fe maravillosa de Dios.

El Salmista David es un ejemplo, debido a que pasó mucho peligro durante su reinado, tenía muchos enemigos, pero el Señor no le dejaba solo, sino que estaba con él todo el tiempo, y por esta razón David estaba siempre confiado.

Cuando yo decía: Mi pie resbala,
Tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba.

Salmos 94:18

Existen momentos en los que pronunciamos con nuestras bocas que la misericordia de Dios nos mantiene de pie y que nos ayuda cada día en nuestro caminar. La vida cada día nos trae algo nuevo, de lo cual tenemos que cuidarnos cada día y pedirle al Señor que nos guarde.

En la multitud de mis pensamientos dentro de mí,
Tus consolaciones alegraban mi alma.

Salmos 94:19

El Señor es bueno con todos sus servidores, Él les ayuda y lleva alegría a sus corazones, la cual se lleva toda tristeza que esté dentro de ellos. Por eso Dios es nuestro sustento y ayudador, Él es quien tiene el control de todo, Dios nunca nos deja solo, aunque haya un silencio, Dios está ahí, solo tenemos que clamar y pedirle que venga en nuestro socorro.

Cuando atravesamos pruebas y sufrimientos, muchas veces sentimos que no podremos soportar la carga, pero es precisamente allí donde Dios se glorifica. Él no permite que sus hijos sean derrotados, sino que fortalece nuestra fe y nos da nuevas fuerzas como las del búfalo. La Escritura nos recuerda que sus misericordias son nuevas cada mañana, y que en medio de la oscuridad siempre brilla una luz de esperanza.

Cada creyente puede testificar que, en momentos de angustia, ha experimentado la paz que sobrepasa todo entendimiento. Esa paz no proviene del mundo, sino de Dios mismo, que se complace en sostener a quienes confían en Él. El enemigo busca desanimarnos y hacernos tropezar, pero el Señor se levanta como poderoso gigante y defiende a su pueblo de todo mal.

David, en los Salmos, repetía con frecuencia su confianza en Dios, aun cuando sus pensamientos estaban llenos de ansiedad. El rey de Israel sabía que la única fuente de verdadero consuelo era la presencia de Jehová. Hoy nosotros también podemos aferrarnos a esas promesas y descansar en la certeza de que Dios tiene cuidado de nuestras vidas.

En los tiempos actuales, donde la preocupación, la enfermedad y la inseguridad invaden al ser humano, es vital recordar que nuestra fortaleza no depende de lo que poseemos, sino de quién nos sostiene. El dinero, las amistades, los logros académicos o profesionales pueden fallar, pero la ayuda del Señor es segura y permanente. Él nunca abandona la obra de sus manos.

El creyente que permanece confiado en Dios puede levantarse cada día con esperanza, aun cuando el panorama se vea oscuro. Esto no significa que no enfrentará dificultades, pero sí que tendrá un refugio seguro en medio de la tormenta. El Señor es nuestro escudo y pronto auxilio en las tribulaciones, tal como lo proclamó el salmista en múltiples ocasiones.

Por eso debemos cultivar una vida de oración constante. No se trata solo de pedir en los momentos difíciles, sino de mantener una relación diaria con nuestro Creador. Al clamar en la intimidad, nuestras fuerzas se renuevan y nuestro espíritu se llena de paz. La oración nos acerca a Dios y nos recuerda que no estamos solos en nuestro caminar.

Finalmente, podemos decir que Dios es nuestro amparo seguro, nuestro salvador y consolador. Aunque los pensamientos de angustia invadan nuestra mente, la presencia de Dios se convierte en el bálsamo que alegra el alma. Confiemos siempre en que Él nos sostiene de su mano poderosa y que jamás permitirá que caigamos en el silencio de la desesperanza.

Sin fe es imposible agradar a Dios
Fervientes en espíritu sirviendo al Señor