Todos conocemos la historia del Génesis, aquel momento en que Dios creó los cielos y la tierra, los animales, las plantas y por supuesto, al hombre. La Biblia nos revela que Dios creó al hombre a imagen y semejanza de Dios, pero más adelante este desobedece el mandamiento divino y peca contra Dios, y de esta manera es que el pecado es trasladado a toda la humanidad y por consiguiente la muerte.
La caída del hombre no fue un simple acontecimiento aislado, sino un hecho que marcó la historia de toda la humanidad. En ese momento, el diseño perfecto de Dios se vio corrompido por la desobediencia, trayendo consecuencias que aún hoy seguimos viviendo. El sufrimiento, la maldad, la corrupción y la separación espiritual del Creador son el resultado directo de aquel primer pecado. Sin embargo, este relato no solo nos muestra el origen del problema, sino que también abre la puerta para comprender la grandeza del plan redentor de Dios a lo largo de toda la Biblia.
La Biblia también nos habla que los pensamientos de los hombres eran de continuo al mal. También el rey David nos dice en el libro de Salmos que todos se habían rebelado, que no había quien haga lo bueno, y esto Pablo lo vuelve a mencionar en su carta a los Romanos. De manera que, el hombre desde un principio, a pesar de ser hechos rectos, se desviaron e inclinaron hacia el mal.
Este diagnóstico de la condición humana es claro: no podemos salvarnos por nuestras propias fuerzas. La inclinación natural del corazón es hacia la maldad, y aunque muchas veces intentamos justificar nuestros actos, la Biblia afirma que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Esto nos recuerda la necesidad urgente que tenemos de un Salvador, alguien que pueda restaurar la comunión perdida con nuestro Creador.
Salomón también nos habla un poco sobre esto cuando dice en el libro de Eclesiastés:
27 He aquí que esto he hallado, dice el Predicador, pesando las cosas una por una para hallar la razón;
28 lo que aún busca mi alma, y no lo encuentra: un hombre entre mil he hallado, pero mujer entre todas éstas nunca hallé.
29 He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones.
Eclesiastés 7:27-29
El predicador nos dice algo de lo cual toda la Biblia también nos habla y es sobre la depravación total del hombre. Realmente el hombre se ha desviado aborreciendo lo bueno, incluso, Cristo vino a morir por nosotros, obró milagros, hizo proezas nunca antes vistas, sin embargo, la Biblia dice: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (Juan 1:11).
La historia bíblica nos muestra una y otra vez que el hombre busca apartarse del camino correcto. Desde el diluvio, pasando por la rebelión de Israel en el desierto, hasta los tiempos de los profetas, siempre hubo un patrón de desobediencia y alejamiento. No obstante, en medio de todo, Dios mostró paciencia, misericordia y una promesa constante de restauración. Esa promesa se cumplió plenamente en la persona de Jesucristo, quien vino a traer luz a quienes vivían en tinieblas.
Queridos hermanos, a pesar de que somos totalmente depravados, Cristo nos hace aceptos a través de su gran sacrificio en la cruz por nuestros pecados, y esto es lo que nos impulsa a vivir una vida en plena santidad y no hacer las cosas que desagraden a Dios. Busquemos a Dios con todo nuestro corazón y demos gloria a su poderoso Nombre.
Este mensaje no debe quedarse solo en conocimiento intelectual. Si reconocemos nuestra condición de pecado y entendemos el sacrificio de Cristo, entonces debemos responder con gratitud y obediencia. Vivir en santidad no es un peso, sino una respuesta de amor hacia quien nos rescató de la condenación. Cada día es una oportunidad para demostrar con nuestras acciones que somos nuevas criaturas en Cristo Jesús.
En conclusión, la enseñanza del Génesis y de toda la Biblia es clara: el hombre cayó y se corrompió, pero Dios, en su infinito amor, nos dio una salida por medio de Jesucristo. No importa cuán lejos hayamos llegado en el pecado, siempre hay un camino de regreso a la cruz. Allí encontramos perdón, esperanza y vida eterna. Agradezcamos al Señor por su gracia y vivamos conscientes de que sin Él nada somos, pero con Él lo tenemos todo.