Venir a Cristo no es tan fácil como muchas personas piensan; pues muchos creen que cuando vienes a Cristo los problemas desaparecen y comienzas a vivir una vida libre de todo mal, pero esto no es cierto, ser cristiano tiene un costo, un gran costo. Debemos borrarnos esa idea de que todo es color de rosa, aunque lo cierto es que hay una paz que Cristo deposita en nosotros, la cual excede todo conocimiento y esto es real, no importa que tengamos la dificultad más grande habida y por haber, si Cristo está con nosotros, entonces podemos reposar en las poderosas y tiernas manos de nuestro Señor.
El salmista dijo:
3 El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;4 El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;Salmos 103:3-4
No servimos a cualquier Dios, servimos a un Dios que nos tiene pendientes, a un Dios que nunca está ocupado para nosotros, nuestro Dios siempre está presto para escucharnos y ayudarnos en nuestras dolencias, y es por esto que el salmista dice: «El que sana todas tus dolencias». No importa el problema por el que estés pasando, no existe una prueba más grande que Dios, no existe un problema más fuerte que Dios, nuestro Dios es poderoso para ayudarnos y no dejarnos hundidos en el hoyo en el que nos encontremos.
Es un privilegio que podamos creer en el Dios de la Biblia, ya que en Él tenemos refugio y Él nos guarda y libra de todo mal.
Además de todo esto, Dios nos ha hecho promesas a través de las Escrituras y tenemos que sostenernos en ellas y creer fielmente a las palabras del salmista que dicen: «El que te corona de favores y misericordias». Alabado sea Dios por lo bueno que ha sido con nosotros.
Aceptar a Cristo como Salvador implica comprender que la vida cristiana no está libre de pruebas, pero sí está llena de propósito y esperanza. Cuando un creyente pasa por momentos difíciles, no está solo, sino que tiene la certeza de que Dios lo acompaña en cada paso del camino. Esa compañía divina no significa ausencia de problemas, sino la fuerza y la confianza para enfrentarlos con valentía. El verdadero gozo del cristiano no depende de las circunstancias externas, sino de la paz interior que el Espíritu Santo deposita en su corazón.
Muchos hombres y mujeres de fe a lo largo de la historia han experimentado grandes dificultades, pero al mismo tiempo han dado testimonio del poder de Dios en sus vidas. Basta con mirar la vida del apóstol Pablo, quien a pesar de persecuciones, cárceles y enfermedades, declaró con seguridad: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Esta frase refleja la convicción de alguien que entendió que la vida cristiana es un camino de fe que exige sacrificio, pero que también recompensa con una paz incomparable.
La vida cristiana también nos enseña a depender de Dios en cada área de nuestra existencia. Cuando confiamos en nuestras propias fuerzas, solemos caer en la desesperación, pero cuando dejamos nuestras cargas en las manos de Dios, encontramos descanso. Jesús mismo nos invitó diciendo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Esta invitación sigue vigente hoy y es la razón por la que tantos creyentes alrededor del mundo han hallado esperanza en Cristo.
Otra verdad importante es que ser cristiano no solo trae bendición individual, sino que también nos impulsa a ser de bendición para otros. La misericordia que recibimos de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en la forma en que tratamos a nuestro prójimo, en la manera en que servimos a nuestra familia y a nuestra comunidad. Así como Dios nos corona de favores y misericordias, nosotros debemos compartir esas bendiciones con quienes nos rodean, siendo testimonio vivo del amor de Cristo.
En conclusión, venir a Cristo es una decisión que transforma la vida, no porque los problemas desaparezcan, sino porque ahora tenemos al Todopoderoso de nuestro lado. Él es quien perdona, sana, rescata y corona de favores a los que creen en su nombre. Por eso, en medio de cualquier circunstancia, podemos levantar nuestra voz y declarar con fe que Dios es nuestro refugio seguro y nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. A Él sea toda la gloria y toda la honra por los siglos de los siglos. Amén.