Perdona para que seas perdonado

El tema del perdón es uno de los más profundos y transformadores que encontramos en la Biblia. No se trata simplemente de un acto humano de cortesía, sino de una verdad espiritual que refleja el carácter de Dios. El perdón es tan importante que de él dependen la paz del corazón, la restauración de relaciones y, sobre todo, nuestra comunión con Dios. Sin embargo, hay que reconocer que para muchos resulta sumamente difícil perdonar o pedir perdón. Pedir perdón se percibe como un acto de humillación, y hay quienes no quieren humillarse ante los demás. No obstante, la Biblia nos enseña que “Dios mira al humilde de cerca y al altivo de lejos” (Salmos 138:6). El perdón, entonces, comienza con la humildad.

Por otro lado, perdonar a quienes nos han ofendido también es un gran desafío. Muchas personas cargan resentimientos durante años, incapaces de liberarse del dolor que les causaron. Pero Jesús nos dejó una enseñanza clara en la oración modelo: “Perdona nuestros pecados como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden” (Mateo 6:12). El cristiano verdadero se caracteriza por su capacidad de perdonar. No se trata de una opción secundaria, sino de un mandato que refleja el amor de Cristo en nosotros.

Debemos recordar siempre que hemos recibido el mayor perdón que alguien pudiera otorgarnos. Siendo pecadores, merecedores del castigo eterno, Cristo nos amó, se entregó en la cruz y nos redimió del pecado. Él tomó nuestro lugar, cargó con nuestra culpa y nos dio vida eterna. ¿Hubiéramos hecho nosotros lo mismo por un amigo? ¿Perdonaríamos a alguien que nos traicionó o nos ofendió gravemente? La respuesta humana tal vez sea negativa, pero el llamado del evangelio es a parecernos a Cristo. Y si queremos parecernos a Cristo, debemos aprender a perdonar a quienes nos ofenden, porque así lo enseñan las Escrituras.

Jesús habló sobre el perdón de manera directa y práctica. En el evangelio de Marcos leemos:

24 Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

25 Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.

26 Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.

Marcos 11:24-26

Este pasaje nos enseña que el perdón no solo está relacionado con las relaciones humanas, sino también con nuestra vida espiritual. Jesús deja claro que nuestras oraciones están íntimamente ligadas a nuestra disposición de perdonar. No podemos acercarnos a Dios buscando su perdón si nosotros mismos no estamos dispuestos a perdonar a los demás. El perdón abre la puerta a la gracia divina y nos libera de la amargura.

Otros pasajes bíblicos refuerzan esta enseñanza. Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar, y Jesús le respondió: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:22). Con esto, el Señor no estableció un número exacto, sino que enseñó que el perdón debe ser ilimitado, tantas veces como sea necesario. El perdón no se mide, se practica como un estilo de vida.

Cada día debemos aprender más sobre el perdón. Aunque para el hombre natural sea difícil humillarse o aceptar un error, el cristiano tiene un llamado diferente. El Espíritu Santo obra en nosotros para que podamos vencer el orgullo y caminar en amor. Perdonar no significa justificar la ofensa, sino dejar que Dios sea el juez y liberar nuestro corazón del rencor. Es soltar la carga del resentimiento y confiar en que Dios hará justicia en su tiempo perfecto.

Perdonar trae sanidad al alma. Una persona que no perdona vive atada al pasado, reviviendo constantemente la herida. Pero cuando perdonamos, experimentamos libertad y paz. Además, mostramos al mundo el carácter de Cristo en nosotros. Por eso, el perdón no es una debilidad, es una fortaleza que demuestra la obra de Dios en nuestro corazón. Pablo lo expresó así en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Amados hermanos, no permitamos que el orgullo o el rencor gobiernen nuestra vida. Así como hemos sido perdonados de tanto, debemos perdonar a los demás. Aprendamos a pedir perdón con humildad y a perdonar con amor, porque de esta manera obedecemos a Cristo y reflejamos su gracia. ¡Perdonemos siempre, y seremos libres!

Dios es amor
Todos los que se enojan contra ti serán avergonzados