Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel

Un gran atributo de Dios es la fidelidad. La Biblia nos enseña que Él no puede negarse a sí mismo, porque ser fiel es parte esencial de su naturaleza divina. A diferencia de los hombres, cuya fidelidad depende de emociones, circunstancias o conveniencia, la fidelidad de Dios es absoluta, perfecta y eterna. Debemos recordar siempre que, aunque nosotros seamos infieles, Dios permanece fiel. Su fidelidad no depende de nuestras obras ni de nuestra conducta, sino de su carácter inmutable. Dios es Dios y cumple todas sus promesas, porque Él no miente ni se arrepiente, tal como lo afirma Números 23:19: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”.

Nosotros los seres humanos somos dados a prometer y no cumplir. Muchas veces hablamos con buenas intenciones, pero luego olvidamos lo que dijimos. A veces prometemos cosas que están fuera de nuestras capacidades, o simplemente dejamos que el tiempo y las distracciones nos hagan olvidar. Lamentablemente, esto pertenece a nuestra naturaleza caída. Pero la naturaleza de Dios es totalmente diferente a la nuestra. Cuando Él promete algo, lo cumple en su tiempo perfecto. No se olvida de lo que ha dicho ni está demasiado ocupado como para no poner en acción sus palabras. Él es Dios fuerte y poderoso, que mostró parte de su poderío al pueblo de Israel, y lo sigue mostrando hoy a todos los que confían en su Palabra.

La Biblia dice:

9 Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones;

10 y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago.

11 Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.

Deuteronomio 7:9-11

Este pasaje fue dado al pueblo de Israel como un recordatorio constante del Dios al que servían. Les enseñaba que Jehová es Dios fiel, que guarda pacto y misericordia con los que le aman, pero que también juzga con justicia al que le rechaza. La fidelidad de Dios no significa permisividad con el pecado, sino cumplimiento de sus promesas y de su justicia. Y de la misma manera, estas palabras son también para nosotros hoy. Ellas nos muestran que la fidelidad de Dios puede experimentarse cuando guardamos sus mandamientos y le amamos con todo nuestro corazón. Entonces veremos su poderosa mano actuando a nuestro favor, abriendo caminos, sosteniéndonos en medio de la prueba y cumpliendo lo que ha dicho.

El pueblo de Israel fue testigo de esta fidelidad en múltiples ocasiones. Vieron cómo el Señor abrió el Mar Rojo para librarlos de Egipto, cómo proveyó maná en el desierto, cómo derribó los muros de Jericó y cómo los llevó a la tierra prometida. Pero también fueron testigos de la disciplina de Dios cuando se apartaron en desobediencia. Esto nos enseña que la fidelidad de Dios incluye tanto su misericordia como su justicia. Él no cambia, y así como cumple sus promesas de bendición, también cumple sus advertencias cuando sus hijos persisten en el pecado.

La fidelidad de Dios se ve aún más claramente en Cristo Jesús. Todas las promesas del Antiguo Testamento apuntaban al Mesías, y en Él se cumplieron. Dios prometió salvación y la cumplió enviando a su Hijo a morir en la cruz y resucitar al tercer día. El apóstol Pablo lo resume en 2 Corintios 1:20: “Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén”. Si Dios cumplió la promesa más grande —la redención por medio de Cristo—, ¿cómo no cumplirá las demás? Esto debe llenar nuestro corazón de confianza.

Por eso, queridos hermanos, debemos servir a este Dios fiel con temor y reverencia. Guardar sus mandamientos no es una opción secundaria, es una respuesta de amor a su fidelidad inquebrantable. Cuando obedecemos, no solo experimentamos su favor, sino que también mostramos al mundo que confiamos en su carácter. El salmista declaró: “Tu fidelidad permanece de generación en generación” (Salmos 119:90). Esto significa que la fidelidad de Dios no cambia con el tiempo ni con las circunstancias.

Nuestro Dios es poderoso y nunca se olvida de sus hijos. Puede que nosotros olvidemos sus beneficios, pero Él jamás olvida a los que son suyos. Así como cuidó a Israel, nos cuida a nosotros. Así como cumplió en el pasado, cumplirá en el presente y en el futuro. Su fidelidad es un ancla firme en medio de las tormentas, y es una razón constante para vivir agradecidos y confiados en Él. Recordemos siempre que, aunque todo a nuestro alrededor falle, Dios permanece fiel.

Todos los que se enojan contra ti serán avergonzados
El que camina en integridad anda confiado