La ventaja de la persona íntegra es que delante de Dios le irá bien, porque su vida está marcada por la obediencia y la rectitud. El íntegro siempre estará confiado en el Señor y no temerá a nada, pues su confianza no está puesta en sus fuerzas ni en sus recursos, sino en las manos del Dios todopoderoso. La Escritura enseña que todo lo que haga prosperará, porque el Señor bendice a los que le temen y le honran. El íntegro puede caminar por lugares peligrosos, enfrentar adversidades o atravesar pruebas difíciles, pero no se sentirá solo, porque sabe que el Señor le acompaña en todo tiempo. Tal como dice el Salmo 23:4: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Esa es la seguridad del que camina en integridad.
Por el contrario, la desventaja del que no es íntegro es evidente. Vive engañado, pensando que nadie ve sus malas obras, pero se equivoca, porque el Dios todopoderoso ve absolutamente todo. Habla mentira, actúa con maldad y no le importa dañar a otros con tal de obtener beneficio propio. Sin embargo, Dios está atento a cada una de sus acciones, y aunque pueda prosperar por un tiempo, llegará el día en que se encontrará con la justicia divina. La Biblia enseña que “el que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Esto significa que siempre hay oportunidad de volver a Dios, pero requiere arrepentimiento y cambio de vida.
La memoria del justo será bendita;
Mas el nombre de los impíos se pudrirá.Proverbios 10:7
La memoria del justo será bendita porque sus obras, su fe y su ejemplo quedarán como un legado. Pensemos en hombres como Abraham, Moisés, David o Pablo; todos ellos, con sus errores y debilidades, fueron íntegros en su caminar con Dios, y hoy su memoria es bendecida. Sin embargo, esta bendición está condicionada a la fidelidad a Dios. Si alguien se aparta de la integridad, su recuerdo no será de bendición, sino de vergüenza. El impío, por el contrario, solo será recordado por su maldad y su nombre se desvanecerá como el humo. Esta es una gran motivación para vivir en integridad y dejar un legado que honre al Señor.
El hombre impío solo piensa en practicar lo malo. Su mente está constantemente buscando cómo hacer caer a los demás, cómo engañar o cómo aprovecharse de las circunstancias. Todo lo que sale de su boca es para destrucción, y sus palabras no edifican, sino que hieren. Aunque aparenten tranquilidad y satisfacción, en realidad están vacíos, porque la maldad nunca llena el corazón. Isaías 57:20 dice: “Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo”. Esa es la condición del que vive sin integridad: inquietud constante y falta de paz.
El sabio de corazón recibirá los mandamientos;
Mas el necio de labios caerá.Proverbios 10:8
El sabio de corazón es aquel que reconoce que necesita la instrucción de Dios y recibe sus mandamientos con humildad. Sabe que la Palabra es lámpara a sus pies y lumbrera a su camino. Esta disposición de recibir la instrucción divina le permite crecer en rectitud y caminar con firmeza. En contraste, el necio, que solo habla y no escucha, caerá, porque desprecia la sabiduría y se apoya en su propio entendimiento. Jesús lo ilustró en Mateo 7:24-27 al hablar del hombre prudente que edificó sobre la roca y del insensato que construyó sobre la arena. Solo el que obedece la Palabra permanece firme en medio de las tormentas.
El que camina en integridad anda confiado;
Mas el que pervierte sus caminos será quebrantado.Proverbios 10:9
Este versículo resume la enseñanza sobre la integridad. El que camina rectamente anda confiado, no porque no tenga problemas, sino porque sabe que Dios respalda a los justos. La integridad da seguridad, paz y confianza. Por el contrario, el que pervierte sus caminos tarde o temprano será quebrantado, porque la maldad no puede sostenerse para siempre. La Escritura nos llama una y otra vez a practicar la justicia y la verdad. Cada día debemos pedirle a Dios que aumente nuestra fe y confianza para que nuestras vidas reflejen su carácter. El Señor es quien nos fortalece para vivir en integridad, y si permanecemos en Él, seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua, que dan fruto a su tiempo (Salmos 1:3).
Por eso, vivamos cada día en integridad delante del Dios todopoderoso, siguiendo sus mandamientos y apartándonos del mal. La integridad no solo bendice nuestra vida presente, sino que nos asegura un futuro lleno de esperanza en Cristo. Que nuestra oración sea la del salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23-24). Solo así podremos andar confiados y seguros en el nombre del Señor.