El fin está cerca

Hemos escuchado un sinfín de veces a personas no cristianas criticarnos por predicar la venida de Cristo. Algunos se burlan diciendo que desde hace siglos se anuncia lo mismo y que Cristo aún no ha regresado. Estas palabras no deben sorprendernos, pues la Biblia ya nos advertía que en los últimos tiempos vendrían burladores, andando según sus propias pasiones y diciendo: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2 Pedro 3:3-4). Es natural que quienes no conocen las cosas espirituales juzguen según sus propios pensamientos humanos, limitados al tiempo y a lo visible. En cambio, nosotros, como pueblo de Dios, debemos cada día afirmar más esta verdad en nuestros corazones, predicarla con valentía y vivirla con convicción, sabiendo que la promesa del Señor no tarda, sino que se cumplirá en su tiempo perfecto.

Al mirar a nuestro alrededor vemos el aumento continuo de la maldad. La violencia se multiplica en nuestras ciudades, las noticias están llenas de crímenes y actos de injusticia, y muchas familias viven con temor. Hay calles en las que ya no se puede caminar con tranquilidad, y aun en nuestros propios hogares sentimos inseguridad. Este desenfreno del pecado, que crece año tras año, confirma que vivimos en tiempos difíciles, tal como lo profetizó Jesús cuando dijo que la maldad se multiplicaría y el amor de muchos se enfriaría (Mateo 24:12). Frente a esta realidad, la iglesia tiene una misión clara: predicar el poderoso evangelio de Cristo, porque solo el evangelio puede transformar el corazón del hombre.

Nuestra predicación no debe centrarse en alarmar, sino en anunciar con esperanza que Cristo un día vendrá por su santa iglesia. Esa es la única esperanza para un mundo que camina hacia la perdición. Debemos hablar del fin del mundo no como un mito, sino como una verdad revelada en las Escrituras. El mismo Jesús aseguró que volvería, y los ángeles dijeron a los discípulos: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). Su regreso no es una especulación, es una promesa segura.

El apóstol Pedro dijo:

6 Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.

7 Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración.

1 Pedro 4:6-7

Estas palabras nos recuerdan dos cosas importantes: primero, que el evangelio debe ser predicado sin cesar, porque solo así los hombres pueden tener vida espiritual; y segundo, que el fin de todas las cosas se acerca. Esta advertencia no es para infundir miedo, sino para despertar en nosotros una vida de sobriedad y oración. Pedro exhorta a ser sobrios, es decir, vivir con dominio propio, sin dejarnos arrastrar por las pasiones del mundo. Y también nos llama a velar en oración, porque la oración es el arma que nos sostiene firmes en la espera del Señor.

Querido amigo y hermano, no olvides que esta tierra, con toda su belleza, sus edificaciones y logros humanos, junto con toda su maldad, un día perecerá. Jesús mismo profetizó que no quedaría piedra sobre piedra que no fuese derribada (Mateo 24:2). Ese día todas las naciones lamentarán, y los que rechazaron a Cristo se darán cuenta de la gravedad de su decisión. Pero los que confiaron en el Señor se regocijarán porque verán cumplida la promesa de su venida.

No te asombres porque han pasado tantos años y aún nuestro Señor no ha regresado. Recuerda lo que dice 2 Pedro 3:8-9: “Para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Dios no se rige por nuestro tiempo humano, Él es eterno y su plan avanza con perfecta precisión. Lo que a nosotros nos parece demora, en realidad es misericordia, porque le da oportunidad a más personas para arrepentirse y alcanzar salvación.

Por lo tanto, solo nos resta ser sobrios y velar en oración cada día de nuestras vidas. La espera del regreso de Cristo no debe ser pasiva, sino activa: predicando el evangelio, viviendo en santidad y levantando oración constante. Mantengamos encendida nuestra lámpara como las vírgenes prudentes de la parábola (Mateo 25), para que cuando suene la trompeta estemos listos para encontrarnos con Él. Que nuestra vida sea un testimonio que anuncie al mundo que Cristo viene pronto, y que nosotros, su iglesia, le esperamos con gozo.

Jehová está en medio de ti
Las aflicciones del justo