La ley de la vida es: Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Pero, la pregunta que se desprende de esto es: ¿Qué hacemos con nuestras vidas mientras estamos vivos? La tierra solo es un lugar pasajero donde hacemos muchísimas tareas, donde afanamos mucho, pero al final no nos podemos llevar nada de lo que hemos trabajado con tanto afán, lo único que nos podemos llevar es la satisfacción de haber sido responsables con las cosas que tuvimos a cargo.
Lo inquietante sobre este tema es que todo es pasajero, todo es temporal y tenemos almas inmortales que salvar. No podemos vivir la vida como si después de la muerte no existiera nada más o como si algún día no compadeceremos ante el gran tribunal de Cristo, donde grandes y pequeños estarán delante de Él. La vida es corta así como tomarte un vaso de agua, aun lo que poseemos se acaba, nos enfermamos, llegan situaciones a nuestras vidas que nunca pensamos que llegarían, se nos gastan los años y luego nos miramos al espejo y nos damos cuenta que ayer teníamos 18 y hoy tenemos 40, ¿te das cuenta?
Jesús siempre enseñó sabias palabras, y unos de esos textos es el siguiente:
19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;
20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
21 Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Mateo 6: 19-21
Muchos se preocupan por acumular riquezas, por tener todo lo que se pueda tener en la tierra, muchas veces olvidándose del pobre y afligido, pero nosotros como cristianos no debemos ser de esa misma manera porque sabemos que nuestra patria es celestial. Algo muy importante que Jesús nos enseña aquí es: No te preocupes por acumular riquezas, en la tierra todo se termina, todo se pudre, incluso hay ladrones que te pueden robar tu fortuna, pero si haces tesoros en los cielos, allá ningún ladrón podrá alcanzar lo que tienes allá, tampoco ese tesoro celestial se pudrirá.
Este pasaje nos lleva a reflexionar sobre el verdadero propósito de nuestra existencia. No estamos aquí solo para trabajar y acumular, sino para vivir con un sentido espiritual y eterno. Cada día que pasa es una oportunidad para sembrar buenas obras, para ayudar al necesitado, para tender la mano a quien lo requiere y para demostrar con acciones que nuestra fe no es solo palabras, sino práctica de vida. Todo lo que se hace en amor y obediencia a Dios trasciende más allá de lo material y permanece en el cielo como un tesoro eterno.
El ser humano a menudo cae en la trampa de pensar que la seguridad está en el dinero, en las propiedades o en el prestigio. Sin embargo, la realidad es que todo lo terrenal puede cambiar de un momento a otro. Una enfermedad, una crisis económica o una catástrofe natural pueden hacer que lo que parecía seguro desaparezca. Por eso, Jesús nos invita a cambiar nuestra perspectiva y confiar en la seguridad que solo proviene de Dios, la cual nunca será destruida ni por el tiempo ni por las circunstancias.
Además, este mensaje es un llamado a examinar dónde está nuestro corazón. Si nuestra mente y nuestras fuerzas están puestas solo en lo material, rápidamente descubriremos que esa búsqueda no satisface. Pero cuando el corazón se orienta hacia lo eterno, entonces se encuentra paz, propósito y plenitud. Allí entendemos que la vida no es un fin en sí misma, sino un tránsito hacia algo más grande y glorioso: la eternidad con Cristo.
Por eso, como creyentes debemos recordar que somos peregrinos en este mundo. No es malo trabajar, estudiar o esforzarnos para vivir mejor, pero lo que nunca debemos perder de vista es que todo eso debe estar en segundo plano respecto a nuestra relación con Dios. Nada vale más que cuidar nuestra alma, mantener la fe, ser fieles y asegurar que nuestro tesoro principal se encuentre en los cielos.
En conclusión, la vida es pasajera, pero las decisiones que tomemos hoy tienen consecuencias eternas. No pongamos nuestro corazón en lo que se corrompe, sino en lo que permanece para siempre. Como dijo Jesús: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Que nuestro tesoro esté en el cielo y no en la tierra.