La frase del título de este artículo se ha convertido en una de las más famosas del cristianismo actual, aunque no siempre se utiliza para expresar con exactitud la verdad acerca del verso de donde ha sido tomada. Es cierto que la Biblia enseña que Dios ama al dador alegre, pero esta expresión tiene un significado mucho más amplio de lo que a veces se piensa. No se trata solamente de dar dinero o bienes materiales, sino de la actitud del corazón al dar. Es bueno que nosotros lo sepamos entender para que seamos realmente dadores alegres, y no personas que damos esperando recibir algo a cambio o porque sentimos que tenemos una obligación religiosa que cumplir. La enseñanza bíblica sobre la generosidad va más allá de la costumbre, es un llamado a reflejar el carácter mismo de Dios.
El apóstol Pablo dijo:
7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.
8 Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;
9 como está escrito:
Repartió, dio a los pobres;
Su justicia permanece para siempre.
2 Corintios 9:7-9
Este pasaje nos muestra que la generosidad cristiana nace del corazón y no de la presión externa. Pablo aclara que el dar debe ser un acto voluntario, planeado, lleno de gozo y gratitud. No se trata de cuánto damos, sino de cómo lo hacemos. El Señor mira la motivación más que la cantidad. La Biblia nos enseña mucho sobre la generosidad, y nosotros debemos aprender a ser generosos, pero ser un verdadero dador alegre implica varias cosas. El apóstol Pablo dice que cada uno debe dar como propuso en su corazón, “no con tristeza” y “ni por necesidad”, y al final añade: “Porque Dios ama al dador alegre”.
No podemos dar con tristeza, porque de nada nos sirve dar si nos duele hacerlo. Si damos con pesar, eso sería una demostración de que nuestro corazón no tenía la intención genuina de hacer un bien, y por eso nos sentimos afligidos después de dar. Dios no se agrada de un sacrificio que no nace del amor, así como tampoco se agrada de palabras de alabanza que salen de labios que no le honran de verdad. El dar es parte de la adoración, y la adoración debe ser alegre y sincera.
Tampoco debemos dar “por necesidad”. Esto significa que no podemos dar esperando recibir algo a cambio, como si Dios fuese un comerciante con el cual hacemos un intercambio. No es correcto pensar que porque queremos recibir una bendición vamos a dar una ofrenda para obligar a Dios a concedernos aquello que desea nuestro corazón. Esa es una actitud egoísta y contraria al evangelio. El Señor quiere que demos desde la gratitud, sabiendo que ya hemos recibido de su gracia mucho más de lo que merecemos.
Entendamos algo: un dador alegre es aquella persona que hace el bien sin esperar nada a cambio. Y Dios ama a las personas que obran de esa manera, porque reflejan su carácter. Recordemos que nuestro amado Señor Jesucristo lo dio todo sin esperar nada a cambio. Él entregó su vida en la cruz, no porque nosotros lo mereciéramos, sino porque nos amó con un amor eterno. Esa tiene que ser nuestra motivación y dirección en la vida cristiana. Cuando damos con alegría, nos parecemos más a Cristo, que es la expresión perfecta de la generosidad divina.
La iglesia primitiva es un ejemplo poderoso de lo que significa ser un dador alegre. En el libro de los Hechos leemos que los creyentes tenían todas las cosas en común, vendían sus propiedades y las compartían con los que tenían necesidad. No había entre ellos indigentes, porque todos cooperaban para que nadie padeciera escasez (Hechos 4:32-35). Ese espíritu de amor y generosidad fue uno de los testimonios más fuertes que impactó a la sociedad de su tiempo. El mundo reconocía que eran diferentes porque se amaban y se ayudaban mutuamente.
Hoy nosotros también estamos llamados a vivir de esa manera. La generosidad no siempre se mide en dinero. Puede expresarse en tiempo, en servicio, en atención a los necesitados, en palabras de aliento y en oración por los demás. Cada vez que damos con amor, estamos sembrando semillas que producirán fruto para la gloria de Dios. Pablo dice que “el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Corintios 9:6). Dar con alegría no empobrece, al contrario, enriquece espiritualmente, fortalece la fe y nos hace partícipes de la obra de Dios en este mundo.
Seamos entonces verdaderos dadores alegres, no por costumbre, ni por presión, ni para ser vistos por los hombres, sino porque hemos sido tocados por el amor de Cristo. El dar con gozo y libertad es una evidencia de que entendemos la gracia que hemos recibido. Así como el Señor nos bendijo con salvación sin esperar nada a cambio, también nosotros debemos dar con amor y alegría. De esta manera, nuestra vida será un reflejo de su justicia que permanece para siempre.