La Biblia nos narra historias con las cuales fácilmente podemos identificarnos en medio de las situaciones que enfrentamos en este mundo transitorio. Una de esas historias impactantes es la de aquella viuda que no tenía cómo alimentar a su pequeño hijo ni a sí misma. En medio de una gran crisis, solo les quedaba un último bocado de harina y un poco de aceite, y después de eso estaban resignados a esperar la muerte. Eran tiempos difíciles, tiempos donde el pan escaseaba en el pueblo de Israel. Sin embargo, esta historia nos enseña una verdad maravillosa: Dios siempre llega en el momento perfecto. Fue a través del profeta Elías que el Señor suplió la necesidad de aquella mujer y mostró su fidelidad en medio de la escasez.
Cuando reflexionamos en esta historia, comprendemos que nosotros también pasamos por circunstancias en las que sentimos que no tenemos fuerzas ni recursos. Hay momentos en que la enfermedad, la falta de trabajo, las deudas o las dificultades familiares se convierten en gigantes que parecen insuperables. Pero en esos momentos de prueba, la Biblia nos invita a levantar nuestra fe como una bandera y proclamar con confianza: «Nada disminuirá mi fe, este es solo un proceso que me acercará más y más a Dios».
La Biblia dice:
5 Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré;
6 de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.
7 Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.
Hebreos 13:5-7
Estas palabras son un bálsamo para el corazón del creyente. Dios nos exhorta a vivir libres de avaricia, agradecidos por lo que tenemos en este momento. La verdadera riqueza no está en acumular bienes materiales, sino en la certeza de que Dios está con nosotros. Él mismo nos promete: “No te desampararé ni te dejaré”. Con esta seguridad podemos enfrentar cada día con confianza, sabiendo que el Señor es nuestro ayudador y que no debemos temer a lo que los hombres puedan hacer.
Cuando nos vemos en momentos de necesidad económica, muchas veces la tentación es pensar que lo que necesitamos es tener grandes sumas de dinero. Podemos llegar incluso a cuestionar a Dios, preguntándonos por qué tantas personas que no le sirven prosperan materialmente, mientras que sus hijos fieles enfrentan carencias. El salmista Asaf también se hizo esta misma pregunta en el Salmo 73, al observar la prosperidad de los malos. Pero más adelante reconoció que todo eso era pasajero y que lo verdaderamente valioso es estar en la presencia del Señor. La prosperidad del impío tiene un final, pero la fidelidad de Dios hacia sus hijos es eterna.
Lo cierto es que debemos aferrarnos a la promesa de estos versículos de Hebreos. Creer que Dios nunca nos dejará ni nos desamparará es fundamental para caminar con fe en medio de la incertidumbre. Cada circunstancia que atravesamos, por más difícil que parezca, es utilizada por el Señor para moldearnos, para hacernos más semejantes a la imagen de Cristo. La viuda de Sarepta aprendió que en las manos de Dios la escasez puede convertirse en abundancia, y nosotros también podemos aprender que la provisión divina llega justo a tiempo, ni antes ni después.
Por eso, en lugar de vivir preocupados o envidiando lo que otros poseen, seamos agradecidos por lo que Dios nos ha dado. Aprendamos a confiar en que Él es fiel, que no nos abandona y que su amor nunca falla. Así, aun en medio de la escasez, podremos experimentar la abundancia de su gracia y proclamar con gozo: “El Señor es mi ayudador, no temeré”.