Jehová sostiene la mano del hombre

¿Estás comenzando en el cristianismo? ¿O tienes cuarenta años caminando en la fe? No importa la etapa en la que te encuentres, una verdad permanece firme: lo único que puede mantenernos de pie es la mano de Dios. No se trata de nuestra fuerza, de nuestra disciplina, ni de cuánto conocimiento podamos acumular. Se trata de depender enteramente del Señor. En una generación tan complicada como la nuestra, llena de tentaciones, incredulidad y maldad, lo único que puede sostenernos es la poderosa mano de nuestro Creador.

Esta reflexión es fundamental, porque muchos creen que su estabilidad depende únicamente de su capacidad personal, de sus recursos económicos o de sus amistades. Sin embargo, la vida cristiana nos muestra que incluso el más fuerte puede caer si no se apoya en Dios. La mano de nuestro Padre celestial no solo nos protege, sino que también nos guía en cada paso del camino. Cuando reconocemos esta verdad, dejamos de vivir bajo el engaño de la autosuficiencia y comenzamos a experimentar la paz de depender de Aquel que nunca falla.

Quizás te encuentres abatido, cansado de luchar con tus propias fuerzas, sintiendo que el camino cristiano es más difícil de lo que imaginabas. No estás solo. Todos, en algún momento, pasamos por esa experiencia. Por eso, hoy quiero animarte a que dejes de apoyarte en tus propias fuerzas y te sostengas de las manos fuertes y fieles de Dios. El pueblo de Israel es un ejemplo claro de esta verdad. Cada vez que confiaron en sus propios recursos, fueron derrotados; pero cuando pusieron toda su confianza en el Señor, alcanzaron victorias que humanamente eran imposibles.

El testimonio de Israel nos recuerda que no basta con tener promesas, sino que debemos aprender a confiar plenamente en quien las dio. Ellos vieron abrirse el Mar Rojo, recibieron maná del cielo y fueron guiados por columna de fuego y nube, pero cada vez que olvidaron que su sustento provenía de Dios, terminaron en derrota. Esa misma lección sigue vigente para nosotros: el poder no está en nuestras manos, sino en la de Aquel que gobierna el universo.

Nosotros debemos aprender de esa lección. Nuestra esperanza no puede estar puesta en nosotros mismos, sino en Dios. La Biblia lo expresa de manera hermosa en los Salmos:

23 Por Jehová son ordenados los pasos del hombre,
Y él aprueba su camino.
24 Cuando el hombre cayere, no quedará postrado,
Porque Jehová sostiene su mano.
25 Joven fui, y he envejecido,
Y no he visto justo desamparado,
Ni su descendencia que mendigue pan.
Salmos 37:23-25

Esta promesa es maravillosa. Nos recuerda que cada paso que damos está bajo el control soberano de Dios. Incluso cuando caemos, no quedamos en el suelo para siempre, porque el Señor mismo nos sostiene con su mano poderosa. Esa es la diferencia entre un creyente que depende de Dios y alguien que confía en sí mismo: el primero puede tropezar, pero nunca quedará derrotado; el segundo, sin Dios, no tiene quién lo levante.

El salmista también afirma: “No he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”. Esta es una verdad eterna. El justo, aquel que ha puesto su confianza en Dios, jamás será abandonado. Puede atravesar pruebas, puede enfrentar escasez, puede llorar por un tiempo, pero siempre tendrá la mano de Dios extendida a su favor. Nuestro Señor es fiel y nunca deja sin respuesta a quienes claman en humildad.

Esta promesa también tiene una aplicación práctica: podemos descansar en la seguridad de que Dios se ocupa de nuestras necesidades diarias. No se trata de vivir sin trabajar o sin esforzarnos, sino de reconocer que el fruto de nuestro esfuerzo es bendecido por Él. El cristiano entiende que, aunque siembre y riegue, solo Dios puede dar el crecimiento y la cosecha. Esa certeza nos quita la ansiedad y nos da confianza en medio de la incertidumbre.

Debemos reconocer que sin Dios no podemos hacer absolutamente nada. Aun las tareas más simples de nuestra vida diaria dependen de su gracia y de su fortaleza. Es un error pensar que podemos controlar todo, porque tarde o temprano la vida nos mostrará nuestras limitaciones. En cambio, cuando aceptamos nuestra dependencia de Dios, entendemos que con su mano no hay límites. Lo imposible para nosotros es posible para Él.

Querido hermano, si hoy sientes que tu vida está marcada por luchas y debilidades, recuerda esta promesa: Jehová sostiene tu mano. No estás solo, no estás desamparado. La esperanza en Dios nunca avergüenza. Él te guarda, te guía, te levanta y te sostiene. Confía en Él de todo corazón y verás cómo su mano poderosa te llevará a buen puerto. El Dios que te salvó es el mismo que te sostiene hasta el fin.

Que esta verdad llene tu corazón de paz: el Señor nunca abandona a los suyos. Aférrate a su mano, porque en ella encontrarás dirección, seguridad, fortaleza y esperanza eterna. En un mundo lleno de incertidumbre, tener la certeza de que Dios camina con nosotros es el mayor regalo que podemos recibir. Permanece en fe, porque la mano de Dios jamás te soltará.

Si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos
Mi Dios suplirá todo lo que os falta