Qué bueno y qué seguro es saber que nuestro socorro viene del Señor, nuestro Dios y Salvador. Él es el único en quien debemos depositar toda nuestra confianza, porque nada ni nadie puede cuidarnos mejor que Él. Nuestra familia, nuestros bienes, nuestros proyectos y hasta nuestra propia vida deben estar siempre en sus manos. No hay refugio más seguro que descansar en el Señor todopoderoso, pues su cuidado es perfecto y su protección nunca falla.
Cuando nuestra confianza está plenamente puesta en el Señor, tenemos paz en el corazón y dirección en el camino. Es verdad que habrá momentos en los que las cosas no salgan como esperamos y en los que enfrentemos angustia, dolor o pruebas. Pero si hay algo que debemos tener siempre en claro, es que el Señor seguirá siendo nuestro ayudador. Él no cambia, su fidelidad permanece para siempre y en todo tiempo es nuestro socorro oportuno.
Alzaré mis ojos a los montes;
¿De dónde vendrá mi socorro?
Salmos 121:1
El salmista David sabía lo que era vivir en angustia, persecución y momentos de gran dificultad. Sin embargo, también sabía dónde buscar refugio. David era un hombre temeroso de Dios, que aprendió a humillarse delante del Señor todopoderoso. Esa dependencia y humildad lo llevaron a experimentar de primera mano que el verdadero socorro no viene de los hombres, ni de las fuerzas propias, ni de las montañas imponentes, sino de Jehová, el Creador de los cielos y la tierra.
Por eso, cuando enfrentemos tiempos de aflicción, debemos hacer lo mismo que David: clamar al Señor. El salmista no dudaba al afirmar que su socorro venía de Jehová, aquel que hizo todo lo que existe. Y si Dios es tan grande como para crear el universo entero, también es poderoso para sostenernos en cualquier adversidad. Él nos fortalece, nos da paz en medio de la tormenta, alimenta nuestro espíritu y nos mantiene de pie cuando la carga parece insoportable.
Mi socorro viene de Jehová,
Que hizo los cielos y la tierra.
Salmos 121:2
David contemplaba la grandeza del Creador y no dejaba de dar gracias por todo lo que Dios había hecho. Sabía que no merecía nada, pues ni siquiera había imaginado que algún día llegaría a ser rey. Pero lo que le sostenía era la certeza de que su ayuda siempre venía de Jehová, no de los hombres ni de sus propias fuerzas. Esa misma certeza debe acompañarnos hoy: nuestro socorro sigue viniendo del mismo Dios eterno que creó todo lo que existe.
No dará tu pie al resbaladero,
Ni se dormirá el que te guarda.
Salmos 121:3
Dios no solo es nuestro socorro, sino también nuestro guardador. Él vigila nuestros pasos de día y de noche. No duerme ni descansa, porque su cuidado es constante. Nos guarda de resbalar en los caminos peligrosos, nos sostiene en los valles de sombra y nos protege de toda acechanza del enemigo. Su luz resplandece aun en medio de la oscuridad más densa, dándonos la seguridad de que nunca estaremos solos.
Él es nuestra fuente de agua viva, el que renueva nuestras fuerzas cuando estamos cansados y nos ayuda a vencer toda adversidad. Nuestro Dios nunca ha perdido una batalla, y quienes confían en Él siempre salen victoriosos, porque su poder no tiene límites. Por eso, cuando te sientas débil o desanimado, corre a los brazos del Señor. Él es roca firme, refugio seguro y defensor fiel.
Confía plenamente en Dios. Pon en sus manos tu vida, tus luchas, tus cargas y tus sueños. Recuerda que Él conoce cada necesidad antes de que la expreses, observa todo lo que sucede a tu alrededor y te fortalece en el camino para que no caigas. Nuestro socorro no viene de los hombres ni de los sistemas de este mundo, sino del Dios eterno, y eso es suficiente para vivir confiados cada día.
Además, es importante reconocer que el socorro del Señor no siempre se manifiesta de la manera que imaginamos. A veces pensamos que Dios actuará quitando inmediatamente la dificultad, pero en muchos casos Él nos da la fortaleza para soportarla y crecer espiritualmente a través de ella. En otras ocasiones, abre puertas inesperadas, coloca personas en nuestro camino o nos guía a tomar decisiones sabias que transforman la situación. Todo esto forma parte de su plan perfecto para nuestra vida.
El apóstol Pablo también testificó de esta verdad cuando escribió que Dios le dijo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. En ese pasaje aprendemos que incluso en las pruebas, cuando nos sentimos incapaces y frágiles, el Señor se glorifica mostrándonos que su poder es mayor que nuestras limitaciones. Esto confirma que nuestro socorro nunca deja de fluir, aun cuando parece que todo está en contra.
Por lo tanto, levantemos siempre nuestra mirada al cielo y confiemos plenamente en aquel que no falla. No importa lo grande de la montaña, lo fuerte de la tormenta o lo imposible de la situación: Jehová es nuestro guardador fiel, y en Él tenemos seguridad eterna. Que esta convicción nos llene de paz y nos impulse a depender de Dios en cada paso que demos, porque su socorro jamás se agota y siempre llega en el momento preciso.