Es muy bueno leer cada historia de la Biblia, porque además de ser relatos apasionantes, no son simplemente «historias» como las que inventa la literatura humana, sino hechos reales, verídicos y llenos de enseñanza. Cada pasaje de la Escritura tiene un propósito: mostrarnos quién es Dios, cómo se relaciona con su pueblo y qué espera de nosotros. Un ejemplo contundente lo encontramos en el pueblo de Israel. De ellos podemos aprender tanto de sus errores como de sus virtudes, y al meditar en su caminar nos damos cuenta de cuán parecidos somos en muchas ocasiones. Israel se desvió del camino de Dios en múltiples momentos, a pesar de haber visto una y otra vez la poderosa mano del Señor obrando en su favor.
Una de las lecciones más claras que nos deja Israel es la facilidad con la que el ser humano olvida los favores recibidos. Ellos, a pesar de haber sido liberados de Egipto con mano poderosa, de ver abrirse el Mar Rojo, de recibir maná del cielo y agua de la roca, en muchas ocasiones se olvidaron de que Dios era su refugio y recurrieron a otros «dioses». Esta realidad refleja también lo que nos ocurre hoy: aunque Dios ha hecho maravillas en nuestras vidas, somos propensos a olvidar su bondad y a buscar refugio en cosas pasajeras que jamás podrán sostenernos. Así como Israel, a veces nos apartamos y no reconocemos que solo en el Señor está nuestra verdadera salvación.
El salmista lo entendía muy bien, y por eso escribió estas poderosas palabras:
6 Bendito sea Jehová,
Que no nos dio por presa a los dientes de ellos.
7 Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores;
Se rompió el lazo, y escapamos nosotros.
8 Nuestro socorro está en el nombre de Jehová,
Que hizo el cielo y la tierra.Salmos 124:6-8
Los cánticos de David son un testimonio de fe y de confianza inquebrantable. Él conocía a Dios en medio de la victoria, pero también en medio del dolor y la persecución. Aun en sus momentos más oscuros, sabía que el Señor era su refugio y su salvación. Cuando huía de sus enemigos, cuando era traicionado o perseguido, David podía levantar sus ojos al cielo y reconocer que su socorro estaba en el nombre de Jehová. Esa misma confianza es la que nosotros debemos cultivar en nuestro corazón. ¿Podemos afirmar con la misma certeza que el Señor es nuestro refugio en tiempos de dificultad? Deberíamos, y más aún debemos, porque fuera de Él no hay otro refugio seguro.
El verso “Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, que hizo el cielo y la tierra” tiene un detalle especial. No solo afirma que Dios es nuestro socorro, sino que además recuerda que ese Dios es el creador de todo el universo. El salmista quiere resaltar que nuestra ayuda no viene de cualquier lugar, sino del Todopoderoso que sostiene todas las cosas. Si Él creó los cielos y la tierra, ¿habrá algo imposible para Él? De ahí surge la confianza firme de que en sus manos siempre estaremos seguros.
Hoy en día, muchos buscan refugio en la riqueza, en la fama, en los placeres, en la ciencia o incluso en las relaciones humanas. Pero todos esos refugios son temporales y limitados. Al final no pueden librarnos del dolor del alma, del vacío del corazón ni de la eternidad sin Dios. Solo Cristo puede ser nuestro refugio verdadero, porque en Él encontramos perdón, vida y salvación. Él mismo dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.
Hermanos, nuestro Dios es poderoso, fiel y eterno. Confiemos en Él en todo momento. No nos cobijemos en supuestos refugios que al final no traen la ayuda real que necesitamos. El Señor es nuestra roca firme, nuestro escudo y nuestro libertador. Les invito hoy a renovar su confianza en Dios de todo corazón. Que podamos vivir cada día recordando que nuestro socorro no viene de los hombres, ni de las cosas creadas, sino de Jehová, el Creador del cielo y de la tierra. ¡A Él sea toda la gloria y la honra por los siglos de los siglos! Amén.