Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza

Qué bueno es cuando reconocemos que Dios es nuestra esperanza, y que es fiel todo el tiempo. Aunque nosotros le fallemos constantemente, Él permanece fiel, porque su fidelidad no depende de nuestros méritos sino de su carácter perfecto. Dios es inmutable y lo que promete lo cumple. Recordemos que en su Palabra nos asegura que nunca dejará de sostenernos, ni permitirá que se pierda una de sus promesas. Aunque muchas veces dudemos o nos apartemos, Él sigue siendo el mismo y no deja de extendernos su gracia y misericordia.

Dios permanece fiel en todo lo que hace, y si prometió estar contigo dondequiera que estés, puedes confiar en que así será. Su presencia no está limitada por el tiempo ni por el espacio. Cuando te sientes solo, Él está contigo; cuando la ansiedad invade tu corazón, Él te sostiene; cuando la enfermedad toca tu vida, Él es tu sanador. Dios no miente y tampoco es hijo de hombre para arrepentirse o engañar. Él es veraz en todo, y su palabra es lámpara para nuestros pies.

¿Y por qué decimos que no es hijo de hombre para mentir? Porque el hombre, en su naturaleza caída, muchas veces promete y no cumple. El ser humano cambia de opinión, olvida o se deja llevar por sus emociones. Pero Dios no es así: Él es firme, constante y recto en todo lo que hace. Su fidelidad es un atributo eterno que refleja su santidad. A Él no le agrada la mentira, porque en Él no hay sombra de variación, y lo que ha dicho se cumplirá en su tiempo perfecto.

En los momentos de debilidad o de aflicción, cuando sentimos que nuestras fuerzas se acaban, es cuando más necesitamos depender de Dios. Ahí encontramos la oportunidad de ser renovados y fortalecidos. El apóstol Pablo nos recuerda que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad, y que cuando somos débiles, entonces somos fuertes en Cristo. No caminamos solos, sino con el Señor que nos guía hacia el destino que Él mismo ha preparado para sus hijos.

Todos pasamos por temporadas en las que sentimos que ya no podemos continuar, porque las pruebas se multiplican y los ataques espirituales parecen sobrepasarnos. En esos momentos, la Palabra de Dios nos anima a declarar con fe: “Diga el débil: fuerte soy”. Esta declaración no es un simple deseo, sino una proclamación de fe basada en la fidelidad de Dios. Aunque las fuerzas humanas se agoten, la fortaleza del Señor nunca falla.

Si en algún momento te falta la fe o sientes que la esperanza se desvanece, acude a Dios. Él es quien aumenta tu fe y renueva tu esperanza. Nunca deja de obrar en tu vida, aunque a veces no lo veas. Cuando enfrentes días difíciles, lo mejor que puedes hacer es arrodillarte en oración y clamar al Señor para que te dé nuevas fuerzas. Él escucha al corazón sincero y siempre responde. Su fidelidad es nuestra seguridad, y gracias a ella podemos avanzar confiados hacia la meta celestial, sabiendo que aquel que prometió es fiel y cumplirá su palabra.

Viviendo por fe
Me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré