Linaje escogido

La Biblia nos recuerda constantemente quiénes somos en Cristo y cuál es nuestra misión en esta tierra. Como creyentes, no podemos olvidar que Dios nos ha escogido con un propósito eterno. No estamos aquí por casualidad ni para vivir para nosotros mismos, sino para reflejar la gloria de Aquel que nos rescató. Cada día debemos recordar que hemos sido llamados a ser luz y sal, a marcar la diferencia en medio de un mundo que muchas veces vive en tinieblas espirituales.

Como pueblo escogido de Dios que somos, es importante que seamos transformadores de las naciones en el nombre Todopoderoso de Jesús, porque hemos sido llamados a llevar las buenas nuevas de salvación.

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; 1 Pedro 2:9

Esta afirmación del apóstol Pedro nos da una identidad clara: no somos cualquier pueblo, sino un pueblo adquirido por Dios. Eso significa que ya no pertenecemos a nosotros mismos, sino a Aquel que pagó un alto precio por nuestra vida. Ser linaje escogido implica que tenemos herencia en Cristo y que debemos vivir de manera diferente, apartados para la obra del Señor. El mundo debe ver en nosotros un reflejo de Cristo, no por nuestras fuerzas, sino por la gracia de Dios que actúa en nuestro interior.

A llevar luz donde habitan las tinieblas para que todo sea claro y brille la luz de Cristo, para que anunciemos las maravillas de Dios en todo momento, y donde quiera que vayamos seamos reconocidos como hijos de Dios.

En nuestra vida diaria encontramos muchas personas que aún caminan en la oscuridad, sin dirección ni esperanza. Es allí donde los hijos de Dios debemos levantarnos como portadores de la luz verdadera. Nuestro testimonio, nuestras palabras y nuestras acciones deben mostrar el amor de Cristo. No se trata solamente de predicar con palabras, sino de vivir de una manera que los demás puedan ver a Cristo en nosotros. Esa es la verdadera misión de la Iglesia: alumbrar en medio de la oscuridad.

Cuando portamos su gracia damos luz a aquellos que la necesitan, y damos esperanza a los que están desesperanzados. Somos llamados a restaurar, a bendecir, a dar una palabra de vida y de salvación, a motivar a aquellos que están caídos.

El mundo atraviesa tiempos de dificultad, de guerras, de injusticias, de corrupción y de dolor. Pero precisamente en medio de esas circunstancias, Dios levanta a su pueblo como un ejército de amor y esperanza. Cada creyente tiene una responsabilidad: levantar al caído, consolar al afligido y ser instrumento de bendición en la sociedad. Este llamado no se limita al púlpito, sino que debe vivirse en la familia, en el trabajo, en la escuela y en todo lugar donde estemos presentes.

Si vamos a hacer estas cosas a las cuales fuimos llamados, es importante que lo hagamos con amor, con dedicación y con un compromiso real de seguir llevando las buenas nuevas de salvación a todos aquellos que aún no conocen las maravillas de Dios.

Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. 1 Pedro 2:10

Este pasaje nos recuerda que antes estábamos lejos de la gracia, pero ahora somos parte de la familia de Dios. Esa misericordia inmerecida debe impulsarnos a compartir con otros lo que hemos recibido. No podemos guardar silencio ante tantas vidas que necesitan conocer la verdad. Nuestra salvación no es un privilegio egoísta, sino un regalo que debe ser compartido con amor y humildad.

El Señor nos recuerda que ahora que somos pueblo escogido, debemos pensar en aquellos que no están en la gracia de Dios. Es bueno hablarles de esta maravillosa obra para que puedan alcanzarla y ser salvos por medio de Jesucristo.

Fuimos llamados por Dios para esta gran misión, y debemos cumplirla sin excusas ni retrasos. No importa la edad, la profesión o el lugar donde estemos, todos tenemos un campo misionero a nuestro alrededor. Nuestra meta debe ser que las personas acepten a Cristo como su Salvador y Señor, para que sean salvas y porten la gracia de Dios. Aquellos que ya la han recibido también tienen la responsabilidad de compartirla, porque el Evangelio se expande de persona en persona, de corazón en corazón.

Conclusión: Ser pueblo escogido de Dios es un privilegio, pero también una gran responsabilidad. Hemos sido llamados a ser luz en medio de la oscuridad y a anunciar las virtudes de Aquel que nos salvó. No olvidemos que nuestra misión es llevar esperanza, restaurar vidas y proclamar el mensaje de salvación a todas las naciones. Que cada día vivamos conscientes de nuestra identidad en Cristo y comprometidos con la tarea de extender su Reino en la tierra.

Por qué te abates, oh alma mía
De Él, por Él, y para Él son todas las cosas