No creamos en lo que dice la psicología moderna de que el hombre es lo más importante en la creación y que todo lo que existe es para satisfacer sus necesidades. La Biblia nos presenta un cuadro distinto: el hombre, en lugar de ser el centro del universo, es un ser caído, que desobedeció a Dios y cuya naturaleza está marcada por la depravación y el pecado. Somos inmerecedores de toda gracia y favor divino, y si Dios nos tratara conforme a nuestras obras, estaríamos completamente perdidos. Sin embargo, en su infinita misericordia, el Señor ha decidido mirarnos y acordarse de nosotros. Esto es lo que hace que su gracia sea tan preciosa: no la merecemos, pero Él nos la concede con abundancia.
La historia de Job es un claro ejemplo de esta verdad. Job fue un hombre íntegro, temeroso de Dios y apartado del mal, pero aún así tuvo que atravesar un sufrimiento intenso: perdió sus bienes, su salud y a sus seres queridos. En medio de su dolor, levantó preguntas profundas que revelan la pequeñez del hombre ante la grandeza de Dios. Él dijo:
17 ¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas,
Y para que pongas sobre él tu corazón,
18 Y lo visites todas las mañanas,
Y todos los momentos lo pruebes?Job 7:17-18
Estas preguntas son sumamente reveladoras. Job reconoce que, en comparación con la majestad de Dios, el hombre no es nada. Aun así, Dios ha decidido poner su corazón sobre nosotros, visitarnos cada mañana y probarnos constantemente. Aunque somos frágiles, débiles y pecadores, Él nos ama con un amor eterno. Cada día, su misericordia se renueva, y en las cosas más sencillas como la lluvia, el sol, los alimentos y las relaciones con los demás, podemos ver evidencias de su cuidado fiel.
Piense por un momento en la grandeza de Dios. Él es el Creador del universo, el que sostiene con su poder las galaxias y los cielos infinitos. Nosotros, en cambio, somos polvo, criaturas pequeñas y frágiles. Hacer la comparación entre Dios y el hombre es como comparar un elefante con una hormiga: la diferencia es inmensurable. Y aun así, a pesar de esa distancia infinita, Dios se inclina hacia nosotros, nos escucha, nos atiende y se interesa por nuestra vida diaria. Este contraste debe llenarnos de humildad y gratitud.
Poseemos el privilegio más grande que se pueda tener: “Dios nos ama y piensa en nosotros”. No somos el centro del universo, pero somos el objeto de su amor. Dios no es un creador distante ni descuidado, sino un Padre que vela por cada detalle de nuestra existencia. Aun cuando nosotros nos olvidamos de Él, Él nunca se olvida de nosotros. Aun cuando caemos, Él extiende su mano para levantarnos. Esta es una verdad que debe transformar nuestro corazón y nuestra manera de vivir.
El hombre, por su parte, no actúa como Dios. Cuando alguien nos traiciona o nos falla, nuestra reacción natural es dar la espalda o alejarnos. Pero Dios no hace eso con nosotros. Su amor no depende de nuestra fidelidad, sino de su propia naturaleza. Por eso Job, en su angustia, se sorprende al preguntarse: “¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, y para que pongas sobre él tu corazón?”. La única respuesta posible es que Dios es amor, y que su gracia es más grande que nuestro pecado.
Demos gloria a Dios por esta dicha inmerecida que se nos ha concedido. Reconozcamos nuestra pequeñez, confesemos nuestra necesidad de su gracia y vivamos cada día conscientes de que somos cuidados por el Creador del universo. Que nuestra respuesta sea adorarle, servirle y proclamar a otros el gran privilegio de ser amados por un Dios tan grande y tan misericordioso.