Todos hacemos planes en la vida, puesto que son estrategias que debemos usar para llevar a cabo aquello que queremos, pero, el punto es que esos planes muchas veces fallan y tenemos que recurrir a hacer otros, y así se la pasa el ser humano, haciendo planes hasta llegar a un plan perfecto.
Sin embargo, Dios no es igual que nosotros, cuando Dios tiene un plan es porque funciona. Los planes de Dios siempre salen bien, Dios no necesita hacer varios planes para saber en cuál de ellos puede lograrlo, sino que los planes de Dios son perfectos.
Todos sabemos la historia del hombre en el huerto de Edén, como Adán pecó y esto arrastró consigo toda la humanidad, por su puesto, en esta situación sería bueno preguntar: ¿Cuál sería tu plan para regresar la comunión entre Dios y el hombre? Bueno, quizá nosotros como hombres tardaríamos millones de años diseñando un plan para ello y aun así fallaríamos una y otra vez, sin embargo, reitero nuevamente, los planes de Dios son perfectos y de antemano ya había un plan diseñado para nosotros y damos gloria a Dios por ello.
En todo el antiguo testamento encontramos que el hombre vivía haciendo sacrificios a Dios para perdón de los pecados. Pero, estos sacrificios no eran suficientes para satisfacer la justicia divina, simplemente no eran perfectos y se requería de un sacrificio que termine de una vez con el pecado, por supuesto, Dios tenía ese plan preparado.
La Biblia dice:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Juan 3:16
En este verso se resume el plan de redención para la humanidad, que Dios nos amó de una forma tan inigualable que dio a lo más valioso que podía tener como sacrificio por nuestros pecados. Su amor rompió todas las barreras, miró nuestra condición de pecadores, sabiendo que nunca llegaríamos a Él, y envió a su Hijo a morir en una cruz para satisfacer su justicia.
Gracias damos a Dios por aquel plan maravilloso de salvarnos, puesto que por nosotros mismos no podríamos hacerlo.
Cuando analizamos nuestras propias vidas, nos damos cuenta de que muchas veces los planes que hacemos dependen de circunstancias que no podemos controlar. Podemos tener sueños y metas claras, pero basta un imprevisto para que todo cambie. Esto nos recuerda la fragilidad de nuestras estrategias humanas frente a la perfección de los planes divinos. El hombre necesita aprender a depender de Dios, porque al final del día, sus planes son eternos y no fallan.
El plan de Dios no solamente se limita a nuestra salvación, también se extiende a cada aspecto de nuestra vida diaria. Él tiene cuidado de nuestras familias, de nuestra salud, de nuestro trabajo y de cada situación que enfrentamos. La Palabra nos enseña que sus pensamientos son más altos que los nuestros, y que aunque no entendamos en el momento lo que Él hace, siempre hay un propósito detrás. Muchas veces lo que parece una derrota para nosotros, forma parte de un plan perfecto que más adelante nos dará victoria.
Un ejemplo claro lo encontramos en la vida de José, hijo de Jacob. Sus hermanos lo vendieron como esclavo y por años sufrió en Egipto. A simple vista, aquello parecía un fracaso total, pero en el plan de Dios, José sería puesto como gobernador para salvar a su familia y a toda una nación del hambre. Esto nos enseña que aun en los momentos más oscuros, Dios sigue trabajando en su plan perfecto.
De igual manera, en la vida de cada creyente, los procesos que atravesamos no son casualidad. Puede que pasemos por desiertos, pruebas o enfermedades, pero detrás de todo ello Dios tiene un plan que busca fortalecer nuestra fe, purificar nuestro carácter y acercarnos más a Él. Cuando aprendemos a confiar en esos planes divinos, dejamos de preocuparnos tanto por lo que no entendemos y comenzamos a descansar en su fidelidad.
Otro punto importante es que los planes de Dios son inmutables. El hombre cambia de parecer constantemente, pero Dios no cambia. Lo que Él promete, lo cumple. Desde el principio de la creación ya había preparado la redención por medio de Cristo, y nada ni nadie pudo detenerlo. Ni el pecado, ni Satanás, ni los planes humanos pudieron frustrar el propósito eterno de Dios de salvar a la humanidad.
Por eso, cada vez que dudemos de lo que nos espera en el futuro, debemos recordar que hay un Dios soberano que dirige nuestra vida. No estamos caminando a ciegas, sino que tenemos la seguridad de que sus planes son de bien y no de mal, para darnos el fin que esperamos. Confiar en Dios es reconocer que aun cuando no vemos el camino, Él ya lo tiene trazado.
Conclusión: El hombre puede fallar una y otra vez en sus intentos, pero los planes de Dios permanecen firmes por la eternidad. Su plan de redención a través de Jesucristo es la prueba más grande de su amor y perfección. Por eso, aprendamos a descansar en su voluntad y a confiar plenamente en que, aunque no lo entendamos todo, Dios siempre sabe lo que hace y lo hace bien. ¡Gloria sea a su nombre!