Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones

El apóstol Pablo dice unas palabras muy ciertas y es que nosotros pasamos por momentos fuertes donde se nos acaba nuestras fuerzas y ya no podemos más:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,

Padre de misericordias y Dios de toda consolación,

el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones,

para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación,

por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.

2 Corintios 1:3-4

Pablo pasó por muchos momentos difíciles al igual que los discípulos, si leemos con mucha atención vamos a encontrar, las dificultades que pasaron los discípulos predicando la salvación del Señor y llevando por toda parte del mundo la palabra de Dios.

Pero lo bueno de todas estas partes, es que cuando unos de los discípulos pasaba por problemas, llamaban a Dios y también cuando el apóstol Pablo se encontraba en estos momentos el acudía a llamar a Dios para que Él le fortaleciera en ese momento.

Es muy bueno que en momentos así podamos llamarle, porque así lo dice su Palabra, que cuando le llamemos Él nos responderá, que cuando toquemos Él nos abrirá, y que cuando le busquemos le vamos a hallar.

Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo,

así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.

2 Corintios 1:5

Pero el mismo Pablo estaba reconociendo que, aunque las aflicciones vengan por montón, pero no dejemos de confiar en aquel que también traerá consolación por montón. Recordemos algo que Jesús antes de su partida hacia el cielo dijo: Partiré, pero no los dejare solos sino que con ustedes estará el consolador: El Espíritu Santo.

Este hombre se sentía confiado en Cristo Jesús, y era que Pablo había depositado toda su confianza en Él porque sabía que Jesús era su escudo, su salvación y su sabiduría, y que sin Cristo nada podía ser posible.

Debemos reconocer que Dios es quien se lleva nuestras dolencias y nuestras aflicciones, y que siempre está con nosotros en todo momento para ayudarnos a pasar todos los momentos de aflicción que llegan a nuestras vidas. Por eso es importante que si estás pasando por un momento difícil y que no tienes fuerzas para continuar, entonces ponte de pies y pídele al padre celestial que te ayude a seguir hacia adelante y que te de nuevas fuerzas.

El apóstol Pablo nos recuerda que las pruebas no son permanentes, y que en medio de cada dolor hay una enseñanza divina. Muchas veces creemos que nuestras cargas son demasiado pesadas, pero es en esos instantes donde Dios mismo se acerca para mostrarnos su fidelidad. Las tribulaciones no tienen el propósito de destruirnos, sino de fortalecernos en la fe y de permitirnos ser instrumentos para consolar a otros que también atraviesan dificultades.

El consuelo de Dios no es simplemente un alivio momentáneo, sino que se convierte en una fuente constante de esperanza. Cuando experimentamos su paz en medio de la tormenta, adquirimos la capacidad de transmitir esa misma paz a quienes nos rodean. De esta forma, la experiencia dolorosa que parecía un obstáculo se transforma en un testimonio poderoso de la gracia de Cristo.

A lo largo de la historia, millones de creyentes han pasado por situaciones adversas: enfermedades, persecuciones, pobreza o pérdidas familiares. Sin embargo, cada uno de ellos ha podido encontrar en Dios una razón para levantarse y seguir adelante. El mismo Pablo, aún encarcelado, escribía cartas llenas de gozo y gratitud, demostrando que el consuelo de Cristo es más fuerte que cualquier cadena humana.

Hoy en día no estamos exentos de tribulaciones. Los problemas familiares, la inestabilidad económica, las enfermedades o la soledad pueden golpearnos con fuerza. Sin embargo, estas palabras bíblicas nos recuerdan que nunca estamos solos. El Espíritu Santo, nuestro Consolador, camina con nosotros en cada paso del camino, sosteniéndonos y renovando nuestras fuerzas cuando sentimos que ya no podemos más.

Por eso, cada vez que experimentamos la fidelidad de Dios en medio de nuestras pruebas, tenemos el privilegio y la responsabilidad de transmitir esa misma esperanza a quienes nos rodean. De esta manera, cumplimos con el propósito divino de ser canales de bendición, llevando palabras de ánimo y consuelo tal como hemos recibido del Padre celestial.

Conclusión: El mensaje de Pablo sigue siendo tan relevante hoy como hace dos mil años. Aunque las pruebas y las aflicciones son inevitables, la consolación de Dios es mayor que cualquier sufrimiento. Confiemos plenamente en su poder, dejemos que su paz llene nuestro corazón y compartamos esa esperanza con los demás. Así podremos vivir una vida fortalecida por Cristo y llena de propósito, aun en medio de las tribulaciones.

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