Un buen samaritano

¿A qué llamamos ser un buen samaritano? En nuestros días se le llama «buen samaritano» a aquella persona que muestra compasión y ayuda a su prójimo en medio de la necesidad. Este término proviene directamente de la enseñanza de Jesús en el evangelio de Lucas, una parábola que no solo ilustra la verdadera misericordia, sino que también nos reta a examinar cómo tratamos a los demás en nuestro diario vivir.

Si Dios nos perdona y tiene misericordia de nosotros, ¿por qué tantas veces nos cuesta tanto tener misericordia con los demás? Es importante recordar que Dios es un juez justo, que no tiene acepción de personas. No le importa de qué nación, cultura o posición social vengamos; Él ofrece salvación y amor por igual. El ejemplo del buen samaritano nos muestra que la verdadera compasión rompe barreras y prejuicios.

La historia comienza cuando un intérprete de la ley se acerca a Jesús con una pregunta muy importante, aunque con intenciones de ponerle a prueba:

Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

Lucas 10:25

Jesús, en lugar de darle una respuesta directa, lo invita a reflexionar con una contra pregunta:

Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?

Lucas 10:26

El intérprete contestó correctamente: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Jesús le afirmó que había respondido bien y le dijo: «Haz esto y vivirás.» Sin embargo, buscando justificarse, aquel hombre preguntó: «¿Y quién es mi prójimo?» Fue entonces cuando Jesús contó la parábola del buen samaritano.

Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, quienes lo despojaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Pasó un sacerdote por aquel camino, lo vio y siguió de largo. Luego pasó un levita, lo miró y también siguió de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, llegó hasta él y al verlo fue movido a misericordia. Se acercó, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino, lo montó en su cabalgadura y lo llevó a un mesón, donde cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios, los dio al mesonero y le encargó: “Cuídamele, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando regrese.”

Lucas 10:30-35

El contraste de esta historia es sorprendente. Dos figuras religiosas, un sacerdote y un levita, pasaron de largo sin ayudar. En cambio, un samaritano —considerado enemigo de los judíos y despreciado socialmente— fue quien mostró verdadera compasión. La rivalidad entre judíos y samaritanos era tan grande que cualquiera habría esperado que fuera precisamente un judío quien ayudara, pero Jesús rompe ese paradigma al mostrar que la misericordia puede provenir de quien menos lo esperamos.

El samaritano no solo se acercó, sino que actuó: limpió y vendó las heridas, lo cargó, lo llevó a un lugar seguro y se hizo responsable de sus gastos. No se conformó con un acto superficial, sino que mostró un amor práctico y sacrificial. Esa es la verdadera esencia de ser un buen samaritano: ver la necesidad, sentir compasión y actuar con amor, sin importar quién sea la persona necesitada.

¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

Lucas 10:36-37

Con estas palabras, Jesús deja claro que ser un buen prójimo no depende de la religión, la raza o la cultura, sino de la disposición a mostrar amor y misericordia. El mandato es claro: «Ve, y haz tú lo mismo.» No basta con conocer la ley ni con tener buenas intenciones, lo que realmente demuestra nuestra fe es cómo tratamos a los demás.

Hoy este llamado sigue vigente. Ser un buen samaritano en nuestro tiempo significa ayudar al necesitado, consolar al que sufre, acompañar al que está solo, alimentar al hambriento y dar esperanza al desesperado. Significa salir de nuestra zona de comodidad para mostrar el amor de Cristo con hechos y no solo con palabras.

Querido lector, si ves a tu prójimo en necesidad, no pases de largo. Acércate, tiende tu mano, muestra compasión y haz el bien. Porque en cada acto de misericordia reflejamos el amor de Dios y cumplimos el mandato de Jesús. Recordemos siempre: el mundo conocerá que somos discípulos de Cristo no por lo que decimos, sino por la manera en que amamos a los demás.

El endemoniado gadareno
La provisión de Dios en medio de la escasez