A veces nos encontramos con personas que solo buscan recibir buenas obras, pero nunca están dispuestas a hacer lo mismo por los demás. Son personas que disfrutan de los beneficios de la generosidad ajena, pero cuando tienen la oportunidad de servir, deciden mirar hacia otro lado. Esta actitud no solo es egoísta, sino también contraria a lo que enseña la Palabra de Dios. El cristianismo verdadero no consiste en recibir constantemente, sino en dar, en compartir y en demostrar amor con hechos concretos.
Es bueno que si alguien actúa con justicia con nosotros, correspondamos de la misma manera. Sin embargo, si no hacemos el bien, no podemos esperar que los demás lo hagan con nosotros. La vida cristiana nos llama a sembrar buenas obras sin esperar recompensa, confiando en que Dios, que ve lo secreto, nos recompensará en público (Mateo 6:4). No se trata de dar para recibir, sino de reflejar el carácter de Cristo en cada acción.
Es lamentable ver personas que no disfrutan servir, pero sí les gusta ser servidas. Esta mentalidad crea problemas en la familia, en la iglesia y en la sociedad, porque genera un ambiente donde unos cargan con el peso de todo mientras otros solo reciben. Jesús nos enseñó lo contrario: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:28). Por tanto, si queremos parecernos más a Cristo, debemos aprender a disfrutar el servicio y a hacerlo de corazón.
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo aquel que pide, recibe;
y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
Mateo 7:7-8
Jesús aquí estaba enseñando a sus discípulos que podían acercarse confiadamente al Padre, sabiendo que Él escucha y responde. Al mismo tiempo, nos recuerda que así como confiamos en la bondad de Dios, también debemos reflejarla en nuestro trato con los demás. La oración, la búsqueda y la confianza en Dios nos llevan a vivir de manera justa y generosa, reconociendo que lo que hemos recibido por gracia debemos compartirlo con los demás.
¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?
Mateo 7:9-10
Con este ejemplo, Jesús muestra lo absurdo que sería responder con maldad a una petición de necesidad. Si como padres terrenales sabemos dar lo mejor a nuestros hijos, ¿cómo no vamos a hacer lo mismo con quienes nos rodean? Esta enseñanza también nos recuerda que cada buena obra debe hacerse con sinceridad, buscando agradar a Dios, y no esperando aplausos humanos.
Es muy importante este principio porque incita a los discípulos, y a nosotros hoy, a siempre practicar el bien. Además, nos da un modelo para enseñar a nuestros hijos. Si instruimos a nuestros hijos en valores como la amabilidad, el respeto, la misericordia, la obediencia y la humildad, ellos crecerán con un corazón dispuesto a servir y a bendecir a otros. Esa es la mejor herencia que podemos dejarles: un carácter formado en Cristo.
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?Mateo 7:11
Aquí Jesús enfatiza que si los seres humanos, con todas nuestras fallas, somos capaces de dar cosas buenas, cuánto más lo hará nuestro Padre celestial. Esto nos enseña a confiar en la bondad de Dios, pero también a imitar esa bondad con los demás. La fe verdadera se refleja en actos de amor, en buscar el bien del prójimo sin condiciones.
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,
así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.Mateo 7:12
Este versículo, conocido como la “regla de oro”, resume la esencia de la vida cristiana: tratar a los demás como queremos ser tratados. Jesús no lo presenta como una simple sugerencia, sino como un mandato que refleja la ley y los profetas. Es un principio universal que transforma nuestras relaciones, porque nos enseña a actuar con empatía, compasión y justicia.
Querido lector, tengamos siempre presentes estas palabras de Jesús. No miremos a quién debemos ayudar, simplemente ayudemos, porque nuestro prójimo es todo aquel que está a nuestro alrededor, sin importar raza, condición social o creencias. Hagamos el bien sin quejarnos, y aprendamos a servir con gozo. Cuando nuestras obras reflejan el amor de Cristo, estamos siendo verdaderos discípulos y testimonio vivo para el mundo. Así mostramos que hemos entendido la esencia del Evangelio: amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos.