Tristeza, ¿quién de nosotros alguna vez no ha estado triste? Todo ser humano ha experimentado momentos oscuros y de profundo dolor. Hay días en que la tristeza parece envolvernos como una nube pesada, momentos extremadamente difíciles en los que no sabemos qué hacer, qué decir, cómo reaccionar ni cómo levantar la cabeza. La tristeza puede llegar a ser tan fuerte que sentimos que el mundo entero se derrumba sobre nosotros. ¡Es duro! Y muchas veces, en lugar de correr a Dios, nos encerramos en nuestros propios pensamientos, tomamos las riendas por nuestra cuenta y terminamos cayendo más bajo, incapaces de encontrar la salida.
Sin embargo, hay una buena noticia: toda tristeza tiene un límite cuando la ponemos en las manos de Dios. Él no nos promete una vida libre de lágrimas, pero sí nos promete consuelo y esperanza. ¿Sabías que todos nuestros problemas tienen respuesta en el Señor? La Biblia está llena de versículos que hablan sobre el dolor, la angustia y la esperanza, tanto que si quisiéramos citarlos todos llenaríamos páginas enteras. Lo importante es que, como creyentes, tenemos la certeza de que nuestra tristeza no será eterna, porque nuestro gozo viene del Señor, y Él convierte la aflicción en motivo de fortaleza.
Jesucristo mismo lo dijo a sus discípulos:
De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo.
Juan 16:20
Estas palabras de Jesús son profundas y llenas de consuelo. Él reconoce que sí pasaremos por momentos de llanto y de dolor, incluso por causa del Evangelio. No podemos agradar a Dios y al mundo al mismo tiempo, y esa diferencia muchas veces nos trae desprecio, rechazo o soledad. Además, sufrimos por las pruebas diarias: enfermedades, problemas familiares, preocupaciones económicas y pérdidas personales. Esas situaciones nos hacen llorar, nos debilitan y nos hacen sentir como si ya no quedaran fuerzas para seguir adelante. Es entonces cuando, al igual que el salmista, levantamos nuestro clamor al cielo:
Jehová, escucha mi oración,
Y llegue a ti mi clamor.
No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia;
Inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare.
Porque mis días se han consumido como humo,
Y mis huesos cual tizón están quemados.
Mi corazón está herido, y seco como la hierba,
Por lo cual me olvido de comer mi pan.
Por la voz de mi gemido mis huesos se han pegado a mi carne.
Soy semejante al pelícano del desierto;
Soy como el búho de las soledades;
Velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado.Salmos 102:1-7
Aquí encontramos el retrato de un hombre quebrantado, hundido en el dolor, clamando desde lo más profundo de su ser. Su angustia es tan grande que hasta siente que Dios se ha alejado de él. Y quizá tú mismo hayas sentido algo similar. Es natural que, en nuestro peregrinaje, nos encontremos con temporadas donde la tristeza es tan intensa que pareciera que no hay salida. Sin embargo, aun en medio de esos sentimientos, la oración del salmista nos enseña a dirigir nuestra mirada hacia Dios, porque aunque todo parezca perdido, Él sigue siendo nuestro refugio.
Un conocido predicador dijo una vez: “Los primeros días de la vida cristiana son como una luna de miel, pero con el paso del tiempo llegan las pruebas, el dolor, y hasta pareciera que Dios se aleja un poco, para que comprendamos que sin Él no somos nada”. Y es cierto: Dios permite momentos de silencio para que aprendamos a depender solo de Él. La tristeza, aunque dura, nos enseña a humillarnos, a confiar y a esperar en el Señor. De ese modo, lo que parecía ser un peso insoportable se convierte en una escuela de fe.
¿Te has sentido así? ¿Has sentido que tu corazón se rompe en pedazos y que tu alma se debilita? No eres el único. Pero también debes saber que en medio de la tristeza existe una paz sobrenatural, una paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). Esa paz es la que solo Dios puede dar. No significa que los problemas desaparezcan de inmediato, sino que nuestro corazón encuentra descanso en la seguridad de que Dios tiene el control de todo. Esa es la promesa que transforma la tristeza en esperanza.
Querido lector, la tristeza es parte de la vida, pero no es el final de la historia. Jesús prometió que nuestra tristeza se convertirá en gozo. Hoy puedes entregar tu dolor al Señor, dejar que Él sane tu corazón y esperar el día en que toda lágrima será enjugada por sus manos. Te invito a confiar en Dios con todo tu corazón, porque aunque las lágrimas broten, el gozo del Señor vendrá y será mucho más grande que cualquier tristeza. Y recuerda: en Cristo, ninguna lágrima es en vano, pues cada una será transformada en victoria y en gozo eterno.