Cuando hablamos de oscuridad, nos referimos a la ausencia de luz, a ese estado en el que nada se puede ver con claridad. Pero basta con que una pequeña luz aparezca para que la oscuridad retroceda. Desde el principio de la creación, la Biblia nos muestra que la tierra estaba sumida en tinieblas. Era un escenario de vacío, desorden y ausencia de vida, hasta que Dios habló y la luz irrumpió con poder.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía,
y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo,
y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.Génesis 1:1-5
Aquí vemos que la tierra estaba cubierta por tinieblas, y esto significaba que nada se veía, todo era confusión y oscuridad. Sin embargo, cuando Dios ordenó que existiera la luz, el panorama cambió. La luz trajo orden, dirección y vida. Esta verdad física es también una poderosa enseñanza espiritual: cuando la luz de Dios llega a un corazón, la oscuridad del pecado y de la ignorancia se disipa.
Al hablar de la luz, nos encontramos con las palabras de Jesús donde declara que sus seguidores son la luz del mundo. Esto no significa simplemente encender un bombillo en la oscuridad, sino que implica irradiar la vida de Cristo en medio de una sociedad marcada por el pecado y la confusión. El creyente no solo recibe la luz, sino que también está llamado a reflejarla con sus actos, palabras y actitudes.
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras,
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.Mateo 5:16
Con estas palabras, Jesús dejó claro que la luz en nosotros debe manifestarse en buenas obras, en acciones concretas que muestren el carácter de Dios. No se trata de brillar para llamar la atención o buscar elogios personales, sino de dirigir toda gloria a nuestro Padre celestial. Cada gesto de bondad, cada acto de justicia y cada palabra de esperanza se convierten en rayos de luz que iluminan a quienes viven en la penumbra del pecado.
El mundo, sin embargo, siempre está atento a nuestros pasos. Muchos observan con lupa para señalarnos y acusarnos, esperando el momento en que demos un traspié. Dicen con sarcasmo: «Ahí están los hijos de Dios cometiendo errores, fallándole a su Señor.» Este escrutinio constante puede parecer injusto, pero también nos recuerda la gran responsabilidad que tenemos de vivir de acuerdo con lo que predicamos. Ser luz no es un eslogan bonito, sino un llamado a la coherencia.
Las personas que critican a los creyentes a menudo no buscan de Dios ni se acercan al camino de la salvación. Pero cuando los hijos de Dios viven de manera íntegra, aun aquellos que critican se ven confrontados con una realidad distinta. Por eso es tan importante que quienes seguimos a Cristo demos ejemplo con nuestras vidas. No se trata de aparentar perfección, sino de mostrar humildad, integridad y un amor que refleje a Cristo. Esa manera de vivir puede ser el medio que Dios utilice para tocar corazones endurecidos y llevarlos al arrepentimiento.
La salvación, sin embargo, es una decisión personal. Nadie puede salvarse por el testimonio de otro, aunque este testimonio sirva de guía o inspiración. Cada ser humano debe responder al llamado de Cristo de manera individual. Solo hay un Salvador, y Su nombre es Jesucristo. No existen atajos ni otros mediadores que puedan darnos vida eterna. La Escritura lo declara de manera contundente:
Y en ningún otro hay salvación;
porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos.Hechos 4:12
Cristo es la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Él vino a este mundo oscuro para darnos dirección, perdón y vida eterna. Ahora, como hijos suyos, somos llamados a reflejar esa misma luz en cada rincón donde estemos: en la familia, en el trabajo, en la escuela y en la sociedad. No debemos escondernos ni dejar que nuestra luz se apague por el temor al qué dirán. Recordemos siempre que el mundo necesita ver la diferencia que hace Cristo en una vida transformada. Y cuando esa luz brilla con fuerza, el nombre de Dios es glorificado y los perdidos tienen la oportunidad de encontrar el camino a la salvación.