Seamos buenos ciudadanos

La parábola del buen samaritano es una historia que todos deberíamos leer, pues muchas veces nos hace falta ser más solidarios en el entorno donde nos encontramos. A veces la misma forma de pensar de las personas que viven en nuestra sociedad nos hace endurecer el corazón, pero tenemos que tomar en cuenta que no debemos permitir que nuestro corazón sea endurecido a la hora de hacerle el bien a una persona.

La enseñanza de esta parábola es profunda porque nos recuerda que la verdadera espiritualidad no se limita a palabras o ritos religiosos, sino que se manifiesta en acciones concretas de amor al prójimo. Vivimos en un mundo donde el individualismo y la indiferencia muchas veces predominan, y por eso esta historia relatada por Jesús sigue siendo tan vigente hoy como hace dos mil años.

El libro de Lucas en su capítulo 10 nos habla de la historia del «buen samaritano». Jesús cuenta la historia de un hombre que iba desde Jerusalén hacia Jericó y fue asaltado por unos ladrones, que lo dejaron casi muerto. Luego nos habla de otro personaje: «un sacerdote», que encuentra al samaritano. Al tratarse de un sacerdote, quizá pensamos que este se iba a compadecer de aquel hombre que estaba abatido sin poder sostenerse por sí mismo, pero no fue así, el sacerdote no era lo suficientemente amable como para hacer esto, sino que la parábola nos dice:

Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo.

Lucas 10: 31

A veces aquellos quienes parecen más nobles, son aquellos que no hacen el bien. Cuidémonos nosotros de portarnos como este sacerdote.

La historia continúa, y nos habla de nuestro próximo personaje: «El levita». Oh, pensamos quizá que un levita, aquella persona que ha sido apartada para servir en el templo, se supone que ha aprendido a tratar a su prójimo, más no fue así, sino que dice:

Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo.

Lucas 10:32

Este detalle es sumamente impactante, porque revela que el conocimiento religioso no garantiza la compasión. El levita, que debía ser un ejemplo de servicio, prefirió mirar hacia otro lado. Esto nos invita a reflexionar: ¿cuántas veces, sabiendo que debemos hacer el bien, nos justificamos y evitamos ayudar? La indiferencia puede ser tan dañina como el mal mismo.

Ahora tenemos nuestro último personaje: «El samaritano». Esta era la última persona que uno esperaría que ayudase al pobre hombre, pues samaritanos y judíos no se llevaban entre sí. Sin embargo, fue el único que se dignó de socorrer a este pobre hombre que fue privado de sus derechos:

33Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. 36 ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? (Lucas 10: 33-35)

¡Cuan gran cuidado tuvo este samaritano de aquel hombre! Él no le conocía, no era un pariente suyo, sin embargo, este hombre tuvo una solidaridad extrema con aquel pobre hombre que yacía tirado en las calles.

Oh hermanos, que nuestra solidaridad no sea menor que la de aquel hombre.

Nuestra gran pregunta la hace Jesús en este momento:

36 ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

Es obvio que todos contestaremos que es el buen samaritano, pero no basta con nosotros saber que es lo bueno o quién es el que hace el bien, sino que tenemos que aplicarlo en el día a día. De manera que, ya que nosotros sabemos como debemos portarnos, como debemos ser solidarios, entonces Jesús nos dice en este día:

Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.

Aplicaciones prácticas para nuestra vida

La parábola del buen samaritano no es solo una historia del pasado, es una invitación a transformar nuestro presente. Ser “prójimo” significa actuar con amor hacia los demás, sin importar su nacionalidad, creencias o condición social. A veces pensamos que para ayudar necesitamos grandes recursos, pero la verdad es que un gesto sencillo puede cambiar la vida de alguien: una palabra de ánimo, una oración, un plato de comida, un abrazo sincero.

En la actualidad vemos a diario a personas necesitadas: migrantes que buscan refugio, familias que luchan con enfermedades, vecinos que sufren en silencio. Cada uno de ellos es un “herido en el camino” que espera nuestra compasión. Si decidimos imitar al samaritano, estaremos reflejando el amor de Cristo en un mundo marcado por el egoísmo.

Conclusión

El mensaje final de Jesús es claro: no basta con conocer la Escritura, necesitamos vivirla. El buen samaritano nos inspira a romper las barreras culturales y sociales, y a mostrar que la verdadera fe se demuestra en la práctica del amor. Cuando ayudamos a otros, aunque no los conozcamos, estamos sirviendo al mismo Señor. Que esta enseñanza nos impulse a mirar a nuestro alrededor y ser agentes de bondad en cada oportunidad que tengamos. Porque al final, ser buen prójimo es obedecer a Cristo y reflejar Su corazón en nuestras acciones.

Un nuevo pacto
Derribado pero no destruido