Derribado pero no destruido

En la vida cristiana, muchas veces enfrentamos situaciones que nos hacen sentir débiles, abatidos o incluso derrotados. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda que aunque podamos ser derribados, nunca seremos destruidos si permanecemos en Cristo. En este artículo reflexionaremos sobre el verdadero significado de estas palabras y cómo aplicarlas en nuestro día a día para mantener firme nuestra fe y esperanza.

La palabra derribado, podemos entender que es algo que fue atacado:

A) echar abajo un edificio, construcción o muros.
C) tirar al suelo a una persona, animal o cosa.
E) hacer perder el poder, dignidad o posición privilegiada.

Cada día nos encontramos con un sin número de personas, las cuales son golpeadas por diversas situaciones. Pero debemos pedirle a nuestro Dios que fortalezca nuestras vidas. Ser derribado no significa que hemos perdido la batalla, sino que estamos en un proceso donde Dios nos moldea, nos disciplina y nos enseña a depender de Él. De hecho, muchas de las caídas que sufrimos se convierten en lecciones valiosas que nos ayudan a crecer en madurez espiritual.

Para Dios nada es imposible, las tribulaciones ni las angustias nos pueden destruir, y esto es porque Dios es quien nos sostiene en todo momento. El hecho de ser derribado no debe llevarnos a la desesperación, sino a recordar que tenemos un Dios todopoderoso que nos levanta, nos restaura y nos da nuevas fuerzas como las del águila.

Destruir es convertir una cosa en pedazos
o hacerla desaparecer por el fuego, desgastándola,
una cosa o una persona es destruirla o acabar con ella.

Aquí podemos ver el significado de esta palabra, y es que cuando tienes algo y lo destruyes, eso que tenías ya no existirá más y es porque está destruido. Y esta es la razón por la que hablamos de destruir. Podemos ver el caso de Goliat que fue destruido por David:

Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra,
y la tiró con la honda, e hirió al filisteo en la frente;
y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra.
1 Samuel 17:49

Por más grandes o pequeñas que las cosas sean, si les llegó el momento de ser destruidas, así será. Como vimos anteriormente, Goliat era un gigante y fue destruido por alguien de mucho menos estatura, llamado David. Este relato nos enseña que la fortaleza del enemigo no es nada frente al poder de Dios, y que cuando Él decide obrar, lo imposible se vuelve posible.

De la misma manera, aunque los problemas nos derriben, no podrán destruirnos si nuestra confianza está puesta en el Señor. La diferencia entre ser derribado y ser destruido radica en que, aunque caigamos, Dios siempre nos da una salida, una oportunidad de levantarnos y seguir adelante con más fe y esperanza. Es importante entender que los tropiezos forman parte de la vida, pero con Cristo jamás serán el final de nuestra historia.

También tenemos una cita Bíblica que nos habla de esta gran verdad y que nos conduce a entender que podemos ser derribados, pero no destruidos:

que estamos atribulados en todo,
mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados;
perseguidos, mas no desamparados;
derribados, pero no destruidos
2 Corintios 4:8-9

Es así como nos explica esta cita Bíblica, que aunque estemos pasando por momentos difíciles, no nos detengamos. Sigamos mirando a Cristo, porque llegará un momento de debilidad y posiblemente seremos derribados, pero no seremos destruidos. El apóstol Pablo conocía el sufrimiento de primera mano, y sin embargo afirmaba con convicción que en Cristo siempre había esperanza.

Esta promesa es vital para los cristianos de hoy, que enfrentan enfermedades, crisis familiares, problemas económicos o persecuciones. Todos estos escenarios pueden derribar a una persona emocional o físicamente, pero nunca destruirán a quienes tienen a Cristo en su corazón. La fuerza del Espíritu Santo es la garantía de que después de la tormenta siempre habrá un nuevo amanecer.

Por lo tanto, ser derribado no debe interpretarse como el fin, sino como una oportunidad para volvernos más fuertes en la fe. Cada caída puede convertirse en un testimonio de la fidelidad de Dios, y cada derrota puede transformarse en victoria si seguimos confiando en Él. No hay enemigo tan grande ni situación tan complicada que pueda destruir a un hijo de Dios, porque nuestra esperanza está cimentada en lo eterno y no en lo pasajero.

Conclusión

Podemos afirmar con seguridad que ser derribado no es lo mismo que ser destruido. El enemigo puede intentar hacernos caer, pero jamás podrá aniquilar la obra de Dios en nuestras vidas. Así como David venció a Goliat con la ayuda del Señor, nosotros también venceremos cualquier gigante que se presente. Recordemos siempre las palabras del apóstol Pablo: “derribados, pero no destruidos”. Esa es la confianza que nos sostiene día tras día. Con Cristo en el corazón, siempre habrá esperanza, fortaleza y victoria.

Seamos buenos ciudadanos
El gran costo de seguir a Jesús