Seguir a Jesús es una de las decisiones más importantes que un ser humano puede tomar. No se trata de una elección ligera o superficial, sino de una entrega total que afecta cada área de nuestra vida. En la sociedad actual estamos acostumbrados a buscar beneficios rápidos y fáciles, pero el evangelio nos recuerda que el discipulado verdadero tiene un costo. La Biblia nos enseña que cada acción en la vida trae consecuencias, y que todo aquello que realmente vale la pena requiere esfuerzo, entrega y sacrificio. Así como un atleta se disciplina para alcanzar una meta o un estudiante dedica años a prepararse para una profesión, el cristiano debe estar consciente de que seguir a Cristo implica un camino de compromiso profundo y constante.
Todo en la vida tiene un costo y trae consecuencias. Si usted compra un auto, se generan costos adicionales como la compra de combustible, lavado, mantenimiento, etc. Si usted tiene un hijo, también se generan gastos fijos adicionales, tales como pañales, ropa, alimentación, etc. En fin, el punto es que en la vida todo tiene un costo y seguir a Jesús no es la excepción.
Muchos creen que servir a Jesús es como irse de vacaciones a un hotel cinco estrellas, o que Jesús es un Aladino o Papá Noé que cumple todos los deseos. Jesús es más que todo eso y por lo tanto, el seguirle a Él es un costo más alto que todo lo demás. El evangelio no es una invitación al confort, sino a una transformación radical. A lo largo de los siglos, millones de creyentes han aprendido que seguir a Cristo significa negarse a uno mismo, priorizar la obediencia y renunciar a placeres que pueden parecer atractivos pero que no conducen a la vida eterna.
En toda la historia de la iglesia el servir a Jesús siempre ha representado un alto costo, y esto lo hemos visto desde la muerte de Esteban en Hechos 7 hasta el día de hoy, pues, en países como Nigeria, Egipto, China, Afganistán, entre otros, aún es difícil predicar el evangelio. Y claro, si leemos el libro de los Mártires escrito por John Fox, nos daremos cuenta cuánto les costó a los reformadores el predicar el evangelio de Jesucristo. Estos testimonios nos desafían a reflexionar sobre nuestra propia fe y a entender que el cristianismo auténtico no es un pasatiempo, sino una vida de entrega y valentía.
Y en la Biblia existen muchas historias de las cuales podemos aprender, de personas que no prefirieron seguir a Jesús por el alto costo de su llamado, un buen ejemplo que tenemos es el del joven rico (Mateo 10:17-30) el cual prefirió las riquezas antes que seguir a Cristo. Es bueno que nosotros como creyentes sepamos esto, que la vida cristiana no es una vida fácil. Seguir a Jesús no garantiza prosperidad material, sino una riqueza espiritual eterna. El contraste entre las decisiones de estos personajes bíblicos y la invitación de Cristo debe llevarnos a evaluar qué estamos priorizando en nuestro corazón.
El llamado de Jesús es el siguiente:
Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Lucas 14:27
¿Te das cuenta? No es un llamado fácil, la cruz es dolor, vituperio, el ser traicionados, abandonados, azotados, abatidos, ¡Eso es la cruz! Y Jesús está diciendo que todo aquel que quiere venir hacia Él necesita tomar esa cruz y que si no la tomamos no podemos llamarnos discípulos suyos. Esto nos enseña que el discipulado no se mide por títulos, posiciones o apariencias, sino por la disposición genuina de cargar con las dificultades que implica ser fiel al evangelio.
Hay quienes se hacen llamar cristianos o discípulos, pero no están cargando el vituperio de la cruz, y esto sí que es un problema, puesto que es aquello lo que nos identifica como verdaderos cristianos. El cristianismo no consiste únicamente en asistir a una iglesia o repetir palabras bonitas, sino en vivir una fe activa que refleje la verdad del evangelio. De hecho, Jesús advirtió que muchos dirán «Señor, Señor» pero solo aquellos que hacen la voluntad de su Padre entrarán en el reino de los cielos.
Amado hermano, el servir a Jesús representa un gran costo, y esto involucra hasta el rechazo de la sociedad por nuestra manera de ver al mundo. Tomemos nuestra cruz, sigamos a Jesús de todo corazón, pues llegará un día cuando ese alto costo se convertirá en un alto gozo. Ese gozo será eterno y nada en este mundo podrá compararse con la gloria que nos espera. Por eso, en medio de las pruebas, el desánimo o la oposición, recordemos que cada sacrificio hecho por Cristo será recompensado con creces en la eternidad.
En conclusión, seguir a Cristo no es un camino fácil, pero sí el más seguro y lleno de propósito. El costo es alto, pero la recompensa es incomparable. El llamado del Maestro sigue vigente: negarnos a nosotros mismos, cargar nuestra cruz y caminar tras sus pasos. No busquemos atajos ni evitemos las dificultades, más bien confiemos en que Dios nos sostendrá hasta el final y que, al perseverar, disfrutaremos de la vida eterna con Él. El discipulado verdadero exige todo de nosotros, pero a cambio nos ofrece lo más valioso: la presencia y la salvación de Jesucristo.