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Jesús venció al mundo

Cuando venimos a Cristo no estamos entrando a un jardín de flores, más bien, nos adentramos en un camino estrecho lleno de espinas donde necesitamos la fuerza de Dios para poder vencer las diferentes dificultades que se nos presentan. La vida cristiana no es un camino fácil, pero tampoco es un sendero imposible. Nuestro Señor ya nos mostró que se puede vencer, pues Él mismo venció al mundo, y esa es nuestra esperanza: “Si Él venció, nosotros también podemos vencer”.

Jesús, en una conversación con sus discípulos, les dijo unas palabras que siguen teniendo poder hasta hoy:

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.

Juan 16:33

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús les había hablado del amor del Padre y de cómo la tristeza que ellos sentían pronto se convertiría en un gozo eterno. Los discípulos habían sido testigos de los conflictos que Jesús había enfrentado con fariseos y escribas, y de cómo el mundo le había rechazado por proclamar la verdad del reino de Dios. Ellos podían ver que seguir a Cristo no era un asunto de prestigio ni comodidad, sino de entrega y disposición a sufrir por causa de la verdad.

El mensaje de Jesús era claro: así como el Maestro había sido perseguido, sus discípulos también lo serían. Ser portadores del mensaje que muchos odiaban traería consecuencias inevitables: rechazo, vituperio, sufrimiento, cárcel y hasta la muerte. Sin embargo, Jesús no los dejó sin consuelo, sino que les recordó una verdad poderosa: “Yo he vencido al mundo”. Esta frase no era solo un anuncio de victoria, sino también una promesa para todos los que creen en Él.

El apóstol Pablo, más adelante, confirmaría esta misma enseñanza cuando escribió:

Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.

2 Corintios 4:17

Con estas palabras, Pablo nos recuerda que los sufrimientos de esta vida son temporales y pasajeros, mientras que la gloria que nos espera en Cristo es eterna e incomparable. Esto es exactamente lo que Jesús quería que sus discípulos entendieran: el dolor no dura para siempre, las pruebas no son eternas, y al final, la victoria es segura porque Él ya la conquistó en la cruz.

Querido lector, nuestro amado Jesús no enfrentó al mundo como un ser lejano y ajeno a nuestras debilidades. Él fue un hombre de carne y hueso, como tú y como yo, y aun así la Escritura revela que pudo vencer. La tentación, la traición, la incomprensión y el sufrimiento no lo detuvieron; al contrario, Él se mantuvo firme, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y gracias a esa victoria, hoy nosotros también podemos vencer.

La vida cristiana está llena de pruebas: enfermedades, pérdidas, luchas internas, ataques del enemigo y persecución. Caminamos por un sendero donde a veces parece que las espinas hieren más que las flores que alegran. Pero en medio de todo, Dios nos da fuerzas para seguir, nos sostiene con su Espíritu Santo y nos asegura que nunca estaremos solos. La victoria no depende de nuestras fuerzas, sino de Aquel que ya venció por nosotros.

Por eso no debemos temer. Tengamos fe y confiemos en el único Dios verdadero. Recordemos que Jesús nos dijo: “En mí tendréis paz”. Esa paz no es ausencia de problemas, sino la certeza de que en medio de ellos, Cristo está con nosotros y nos hará más que vencedores. Si permanecemos en Él, seremos cristianos victoriosos frente al mundo, no porque seamos fuertes en nosotros mismos, sino porque hemos creído en Aquel que ya venció.

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