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Advertencia contra la incredulidad

El pueblo de Israel fue elegido por Dios entre todas las naciones, pero esto no lo hacía un pueblo perfecto ni libre de errores. Al leer su historia, vemos que muchas veces se desviaron del camino, siguiendo tras los ídolos y apartándose de la voluntad de Dios. Por esa razón encontramos en la Biblia una lucha constante de los profetas llamándoles al arrepentimiento y exhortándoles a que volvieran al Señor. La fidelidad de Dios hacia ellos fue inquebrantable, pero la dureza del corazón del pueblo fue un obstáculo recurrente.

El profeta Ezequiel describe muy bien la condición espiritual de Israel al decir: «Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor» (Ezequiel 2:4). Esta expresión refleja la terquedad de un pueblo que, a pesar de haber visto la mano poderosa de Dios, se resistía una y otra vez a obedecerle. Dios les levantaba jueces y profetas para que se volvieran, y aun así, seguían cayendo en el mismo pecado.

Los milagros, prodigios y señales que Dios hizo para ellos fueron impresionantes: abrió el Mar Rojo, envió maná del cielo, derribó murallas, los libró de enemigos poderosos. Sin embargo, aun después de haber visto tales maravillas, endurecieron sus corazones. Y la historia no termina ahí. En el Nuevo Testamento, Jesús mismo hizo milagros jamás vistos: sanó enfermos, dio vista a los ciegos, resucitó muertos, multiplicó panes y peces. Pero aun así, muchos en Israel le rechazaron y lo crucificaron. ¡Qué impresionante es hasta dónde puede llegar la dureza del corazón humano!

Dios no quiere que nosotros repitamos los mismos errores. Por eso nos advierte claramente en su Palabra:

«Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión, en aquel día de prueba en el desierto. Allí sus antepasados me tentaron y me pusieron a prueba, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me enojé con aquella generación, y dije: “Siempre se descarría su corazón, y no han reconocido mis caminos”. Así que, en mi enojo, hice este juramento: “Jamás entrarán en mi reposo”». (Hebreos 3:7-11)

Hoy nosotros contamos con un privilegio que Israel no tuvo en la misma dimensión: la Palabra de Dios escrita y completa. La Biblia es la voz de Dios hablándonos directamente, dándonos instrucciones claras de cómo vivir la vida cristiana. Por eso no debemos pasar por alto lo que está allí escrito. Hay quienes incluso encuentran aburrido leer la Biblia, pero ¿cómo podríamos conocer a Dios si no es a través de su Palabra? ¿Qué podría ser de nosotros si ignoramos lo que Dios nos dice en las Escrituras?

La historia del pueblo de Israel está para nuestra enseñanza. A través de sus errores aprendemos lo que no debemos hacer, y a través de sus virtudes aprendemos lo que debemos imitar. El apóstol Pablo lo afirma en 1 Corintios 10:11: «Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos«. Es decir, lo que vivieron ellos debe servirnos de advertencia y de guía.

La Biblia nos aconseja, nos exhorta, nos redarguye y nos reprende. Es el mejor manual de vida que podemos tener, la fuente de la sabiduría divina y el mapa que nos conduce a Cristo. Por eso debemos acercarnos a ella con corazones sensibles y dispuestos a obedecer, para no caer en el error de endurecer nuestros corazones como lo hizo Israel.

De manera que no seamos sordos a la voz de Dios. No repitamos la rebeldía del pueblo de Israel. Abramos nuestro corazón, nuestros oídos y toda nuestra vida al servicio del evangelio. Si prestamos atención y obedecemos la Palabra, podemos estar seguros de que Dios estará con nosotros y su presencia nos guiará siempre.

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