La poderosa oración de una mujer estéril

Sabemos de Ana que era esposa de un hombre llamado Elcana. En el versículo cinco del primer capítulo del primer libro de Samuel, nos damos cuenta de que esta mujer era estéril. Elcana no solamente tenía como esposa a Ana, sino también a Penina, la cual le había dado hijos. Para la cultura de aquel tiempo, la esterilidad era vista como una gran deshonra, y para Ana esto representaba una carga insoportable.

El gran problema de Ana no era solamente que no podía dar hijos, tampoco era Elcana, quien la amaba y procuraba darle ánimo. El problema más duro era Penina, que aprovechaba cada oportunidad para recordarle su condición y atormentarla.

Penina, su rival, solía atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril. Cada año, cuando iban a la casa del Señor, sucedía lo mismo: Penina la atormentaba, hasta que Ana se ponía a llorar y ni comer quería. Entonces Elcana, su esposo, le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?»

1 Samuel 1:6-8

¡Gran problema el de Ana! Aparte de su dolor personal por la esterilidad, tenía una voz constante que se burlaba de ella. Muchos de nosotros también tenemos “Peninas” en nuestras vidas: personas, voces o incluso pensamientos que nos recuerdan nuestras debilidades y que buscan hundirnos más en el dolor. Así como Ana, a veces nos sentimos rodeados de burlas y menosprecio.

Pero Ana no fue la única en la historia bíblica que enfrentó oposición. David tuvo su Goliat, Nehemías tuvo su Tobías, Jesús tuvo su Judas. Cada siervo de Dios enfrentó obstáculos y enemigos que parecían más grandes que ellos mismos. Sin embargo, la enseñanza es clara: el poder de Dios se perfecciona en medio de nuestras debilidades, y su gracia es suficiente para levantarnos.

La Biblia no dice que Ana se rindió frente a su situación. Al contrario, ella se presentó delante de Dios con una oración sincera y desesperada:

Con gran angustia comenzó a orar al Señor y a llorar desconsoladamente.

1 Samuel 1:10

Ana estaba al límite de su fuerza. No podía más con la presión social, con la burla de Penina ni con el dolor de no tener un hijo. Pero en lugar de hundirse en la depresión, decidió llevar su carga al único que podía ayudarla: Dios. Su oración fue profunda, sincera y llena de fe:

Entonces hizo este voto: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya, y si en vez de olvidarme te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca se le cortará el cabello».

1 Samuel 1:11

Ana no solo pidió un milagro, sino que ofreció lo más precioso que anhelaba. Su oración reconocía la soberanía de Dios y al mismo tiempo expresaba una entrega total. Ella entendió que los hijos no son simplemente una bendición personal, sino un regalo que pertenece primero al Señor. En su oración vemos un corazón quebrantado, pero lleno de confianza en el poder divino.

Y el Señor escuchó la oración de Ana. El milagro llegó, y Dios le concedió a Samuel, quien se convertiría en un gran profeta para Israel. La historia de Ana nos recuerda que aquello que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Donde los médicos no pueden, donde los recursos humanos fallan, Dios abre caminos.

Quizás tú hoy también estás enfrentando una situación imposible: una enfermedad, una crisis familiar, un problema económico o una batalla interna que parece no terminar. La enseñanza de Ana es que no debemos rendirnos, sino doblar rodillas y clamar con fe al Dios que escucha y responde.

Ana pasó de la angustia al gozo porque creyó en el Señor. Su cántico de victoria quedó registrado como testimonio:

«Mi corazón se alegra en el Señor; en él radica mi poder.
Puedo celebrar su salvación y burlarme de mis enemigos».

1 Samuel 2:1

Así también nosotros podemos cantar victoria aun antes de ver el milagro cumplido, porque sabemos que Dios es fiel. Ana nos enseña que la oración sincera, acompañada de fe y entrega, mueve la mano de Dios. Ella tuvo una “Penina” que la atormentaba, pero encontró en la presencia de Dios la fuerza que necesitaba para levantarse.

Querido hermano, no importa cuál sea tu “Penina” ni lo imposible de tu situación, recuerda que nuestro Dios es el mismo que escuchó a Ana. Clama con fe, confía en Él, y no sueltes la promesa. Lo que es imposible para ti, es posible para Dios.

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