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Una oración sincera

una oracion sincera

Cuando hablamos de oración sincera, nos referimos a que nuestra
oración debe provenir del corazón. No se trata de una formalidad religiosa ni de palabras vacías, sino de una comunicación real con nuestro Padre celestial. Lamentablemente, en muchas ocasiones nos encontramos con personas que oran solamente para ser vistas, con un deseo de vanagloria y reconocimiento humano. Pero Jesús dejó en claro que la verdadera oración no busca la aprobación de los hombres, sino la intimidad con Dios.

Antes de avanzar, veamos una definición sencilla de la palabra «sinceridad»:

Del latín sinceritas, sinceridad es el modo de expresarse sin mentiras ni fingimientos.
El término está asociado a la veracidad y la sencillez.
Por ejemplo: “La sinceridad es un valor muy apreciado en esta empresa”,
“El jugador volvió a hacer gala de su sinceridad y reconoció que está jugando por debajo de su nivel”,
“Si hubieras hablado con sinceridad, tu pareja no te habría dejado”.

La Biblia nos muestra que la oración sincera debe estar marcada por la verdad y la humildad, no por la apariencia.
Jesús mismo confrontó esta actitud equivocada en su tiempo:

Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas
y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.

Mateo 6:5

En este pasaje, Jesús fue muy claro con los escribas y fariseos.
Ellos practicaban la oración como un espectáculo público, buscando ser aplaudidos y reconocidos.
Pero nuestro Señor dejó claro que la gloria no debía ser para ellos, sino solamente para Dios.
De nada sirve aparentar espiritualidad cuando el corazón está lleno de orgullo.
Lo que Dios valora es un espíritu quebrantado y una oración genuina que surge del alma.

Por eso, todo lo que hagamos debe ser para la gloria de Dios y no para engrandecernos nosotros mismos.
Si servimos, si cantamos, si predicamos, o si dedicamos años de nuestra vida en la iglesia,
pero lo hacemos buscando reconocimiento humano, todo será en vano.
Jesús nos advirtió que esa actitud ya tiene su recompensa: el aplauso momentáneo de los hombres,
pero no la aprobación eterna de Dios.

El Señor nos enseña otro camino, el camino de la intimidad:

Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto;
y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Mateo 6:6

Aquí encontramos un principio poderoso: lo secreto es más valioso que lo público.
Dios nos invita a orar en intimidad, lejos de la mirada de los hombres,
con un corazón dispuesto a buscarle solo a Él.
Y se nos asegura que nuestro Padre recompensará esa oración sincera.
La recompensa de Dios no es siempre material, puede ser paz, fortaleza, esperanza, consuelo
y una fe renovada en medio de las pruebas.

Jesús también nos enseñó a evitar otro error muy común: la repetición mecánica de palabras vacías.

Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis.

Mateo 6:7-8

Esto no significa que no podamos orar varias veces por lo mismo, sino que no debemos convertir la oración
en fórmulas automáticas sin corazón.
Dios no se impresiona por la cantidad de palabras, sino por la sinceridad con la que nos acercamos a Él.
Nuestro Padre conoce nuestras necesidades incluso antes de que las mencionemos,
pero aun así quiere que nos acerquemos en confianza como hijos amados.

La oración sincera hacia Dios nos ayuda a permanecer firmes en la fe.
Es cierto que muchas veces enfrentamos situaciones que debilitan nuestra confianza:
falta de alimento, enfermedades, pérdidas familiares o luchas internas.
En esos momentos, la tentación es fingir o abandonar la oración,
pero lo que Dios espera es honestidad.
Podemos derramar delante de Él nuestras lágrimas, dudas y temores,
porque sabe exactamente lo que sentimos y nunca nos rechaza cuando nos acercamos con un corazón humilde.

Por eso, seamos sinceros con Dios cada día, en la abundancia y en la escasez,
en la alegría y en la tristeza.
Que nuestra oración no sea una actuación para el mundo, sino un encuentro íntimo con nuestro Creador.
De esta manera, creceremos en fidelidad, seremos fortalecidos en momentos de debilidad
y aprenderemos a depender de su gracia hasta el día glorioso en que Cristo regrese por nosotros.
Que la sinceridad marque siempre nuestra oración, porque Dios honra a los que le buscan de todo corazón.

El rico y Lázaro - Lucas 16
Tú estás aquí Jesús
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