Somos salvos por gracia, y esto tiene un amplio significado que debemos comprender con detenimiento. Cuando hablamos de gracia, no nos referimos a un simple favor humano, sino al favor inmerecido de Dios, un regalo celestial que no depende de nuestras obras ni de nuestro esfuerzo. Por eso, hay varias preguntas que tenemos que hacernos para entender la profundidad del hecho de que somos salvos por gracia. En primer lugar, vayamos a la Biblia:
Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
Efesios 2:5
Lo primero que debemos entender es lo que dice el apóstol Pablo: «Estábamos muertos en pecados». La Escritura enseña claramente que la condición del hombre sin Cristo no es simplemente de debilidad o enfermedad espiritual, sino de muerte. El hombre perdió la comunión con Dios en el Huerto del Edén, cuando Adán y Eva desobedecieron el mandato divino al comer del árbol prohibido. Esa desobediencia trajo la corrupción y el pecado a toda la humanidad, y desde entonces todos hemos heredado una naturaleza inclinada al mal.
Todos se han desviado, a una se han corrompido; no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno.
Salmos 53:3
Este pasaje nos recuerda que no existe en nosotros bondad verdadera capaz de salvarnos. La naturaleza humana, desde el principio, ha deseado apartarse de Dios. El pecado no solamente mancha, sino que mata, y por eso el apóstol Pablo declara que estábamos muertos. Sin embargo, allí se revela la maravilla del evangelio: ¡Cristo nos dio vida cuando estábamos sin esperanza! Donde había condenación, el Señor trajo perdón; donde había oscuridad, Él trajo luz; donde reinaba la muerte, Él derramó vida en abundancia.
¿Por qué somos salvos? La respuesta es clara: no es por méritos humanos, no es por nuestra justicia ni por nuestras obras, sino porque Dios, en su infinito amor, decidió rescatarnos. La salvación es un regalo inmerecido. El texto dice que Dios nos dio vida juntamente con Cristo. No lo merecíamos, no lo podíamos ganar, pero Él lo otorgó gratuitamente. Esa es la esencia de la gracia: recibir lo que nunca hubiésemos podido alcanzar por nuestras propias fuerzas.
Cristo nos ha dado vida cuando nosotros no la merecíamos. Esta gracia y esta salvación no nos fue dada porque fuéramos buenos, porque cumpliéramos reglas o porque lleváramos una vida ejemplar. Todo lo contrario: éramos muertos espirituales, incapaces de levantarnos por nosotros mismos. Éramos como enfermos terminales, pero Dios nos proveyó el Médico divino, el Redentor eterno, nuestro Señor Jesucristo, quien con su muerte en la cruz y su resurrección venció el poder del pecado y de la muerte.
Hay quienes viven esperando ver un milagro visible, algo extraordinario que les muestre el poder de Dios. Sin embargo, la Escritura nos enseña que el mayor milagro ya ocurrió: Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó al tercer día para darnos vida eterna. Ese milagro supera cualquier sanidad física, cualquier provisión material, porque toca lo eterno, lo que trasciende más allá de esta vida. Si tienes a Cristo, ya posees el milagro más grande.
Por eso, al reflexionar en esta verdad, no nos queda más que levantar un cántico de gratitud. Alabemos a Dios, porque su amor no conoce límites, porque su gracia nos alcanzó cuando nada podíamos hacer. Somos salvos por gracia divina, y nadie podría darnos un mejor regalo que ese. En Cristo tenemos perdón, vida y esperanza. Así que cada día recordemos esta verdad, vivamos en humildad y caminemos en obediencia, no para ganar la salvación, sino porque ya la hemos recibido gratuitamente por medio de Jesucristo.