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Un buen ministro de Jesucristo

Aquellos, quienes participan del liderazgo de la Iglesia de Jesucristo, han sido llamados a ser buenos ministros de Jesucristo. El ministro tiene una gran responsabilidad en cada una de sus funciones y por eso debemos ser ministros dedicados fuertemente al ministerio. No se trata de decir «soy predicador», más bien, se trata de hacer una buena función como predicador.

El apóstol Pablo escribe a Timoteo lo siguiente:

Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.

1 Timoteo 4:6

¿A qué se refiere el apóstol cuando dice: «si esto enseñas a los hermanos». ¿De cuál enseñanza está hablando? En el capítulo 3 del mismo libro Pablo da una serie de recomendaciones a Timoteo, de cómo debe ser el comportamiento o el testimonio de ciertos ministerios en la iglesia. También le habla sobre la piedad y le dice:

E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne,Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.

1Timoteo 3:16

Prácticamente, lo que el apóstol está haciendo en este verso es enseñándole a Timoteo cuál es la verdadera piedad: Jesucristo murió por nosotros sin merecerlo. Y por esto dice: «Si esto enseñas, serás un buen ministro». Es cierto que este debe ser el mensaje central de todos los ministros, no hay un mensaje más importante que este.

Al reflexionar en estas palabras, entendemos que el buen ministro no se define por su posición, por su conocimiento humano o por sus títulos, sino por la fidelidad al mensaje de Cristo. Enseñar la verdad de la piedad es recordar al pueblo de Dios que todo se centra en Jesucristo, en su encarnación, en su sacrificio y en su gloria. Un ministro que pierde este enfoque corre el riesgo de predicar un evangelio distorsionado o reducido a meras enseñanzas humanas.

Continuamos con el capítulo 4. Pablo hace una advertencia a Timoteo sobre la apostasía que se avecinaba para que no pierda lo que se le había sido enseñado por medio de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, ¿cuándo somos considerados buenos ministros? Somos considerados como tales cuando hacemos lo que se nos ha sido encomendado. En una escuela bíblica se hablaba sobre evangelizar, y se decía que la iglesia de hoy en día ha dejado de hacer su trabajo evangelístico, entonces, llegamos a la conclusión de que hay muchos ministros que no pueden ser considerados como «buenos ministros» porque se han olvidado del trabajo que les corresponde. Tengamos cuidado con esto, hagamos el trabajo que nos corresponde.

En ese mismo sentido, es necesario reconocer que el buen ministro no solo proclama con palabras, sino que también respalda su mensaje con acciones. La evangelización es una tarea continua, que no depende de las circunstancias favorables o de los recursos disponibles, sino de la obediencia al mandato de Cristo de llevar las buenas nuevas a toda criatura. Cuando un ministro se centra en predicar, visitar, orar y enseñar con fidelidad, se convierte en un ejemplo vivo de la obra de Dios en medio de su pueblo.

Para terminar, hay otro verso muy importante que es bueno que tomemos en cuenta. Pablo dice a Timoteo:

14 No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.

No descuidemos el don que Dios nos ha dado. Recordemos que esto ha sido por gracia. Nosotros no merecíamos el ser usados por Dios. Esto es una gracia muy divina. Adelante queridos hermanos, prosigamos esforzándonos en las tareas que el Señor nos ha dado y seamos «buenos ministros».

Además, cada don otorgado por Dios debe ser cultivado, ejercitado y puesto al servicio de los demás. Un don descuidado pierde fuerza, y un talento enterrado se convierte en motivo de reproche. De ahí la insistencia de Pablo: un buen ministro es aquel que reconoce que su don no es para sí mismo, sino para edificación de la iglesia y gloria de Cristo. El llamado no es a la pasividad, sino a la acción constante, a perfeccionar lo que hemos recibido y multiplicar sus frutos.

En conclusión, un buen ministro de Jesucristo es aquel que enseña con fidelidad la verdad, que permanece firme en medio de la apostasía, que evangeliza con dedicación y que no descuida el don que le ha sido dado. Ser ministro no es un título honorífico, es una vocación que implica compromiso, obediencia y amor por el Señor y por su iglesia. Que cada uno de nosotros, en la medida en que hemos sido llamados a servir, podamos esforzarnos en cumplir con esta tarea sagrada, sabiendo que lo hacemos no para los hombres, sino para Dios.

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