Hoy en día nos encontramos con diferentes tipos de personas que están envueltas en diferentes áreas tanto seculares como religiosas. Existen personas, tanto cristianos como no cristianos, que se vanaglorían de lo que poseen o de lo que han alcanzado en la vida. Sin embargo, olvidan una gran verdad: sin Dios nada podemos hacer, y aun la misma Biblia nos recuerda que todo esto pasará, pero el que permanece en Cristo vivirá para siempre. Por eso, es necesario que meditemos sobre el verdadero propósito de nuestra vida y sobre a quién pertenece toda la gloria.
En el libro de 1 de Juan 2:16 encontramos un texto claro y directo que nos advierte sobre este peligro:
Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
1 Juan 2:16
Este versículo resume perfectamente lo que vemos en la sociedad moderna. Hoy las personas se dejan arrastrar por los deseos de la carne, por las apariencias y por la necesidad de demostrar poder, riqueza o influencia. Vemos cómo las redes sociales se han convertido en escenarios donde muchos presumen de sus bienes, de sus logros, de su belleza o de sus viajes. Sin embargo, la Biblia nos recuerda que esa gloria es pasajera, pues no proviene de Dios sino del mundo, y todo lo que es del mundo está destinado a desaparecer.
Uno de los mayores peligros de la vanagloria es el amor al dinero. En 1 Timoteo 6:10 leemos:
Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
1 Timoteo 6:10
Este texto no dice que el dinero en sí mismo sea malo, sino el amor desordenado hacia él. Cuando una persona coloca el dinero como su dios, todo lo demás pierde valor. Ese corazón termina pensando que con dinero puede comprarlo todo, viajar a donde quiera, mandar sobre otros o vivir sin límites. Sin embargo, la Escritura nos muestra que este camino lleva a muchos dolores y a la perdición. Cuántas personas han destruido su familia, su fe y su paz interior por dejarse arrastrar por la codicia.
Por eso debemos recordar lo que hizo nuestro Señor Jesucristo. Él, siendo Dios, se hizo hombre y vino a la tierra a morir por cada uno de nosotros. El que tenía toda la gloria en los cielos se despojó de ella y se humilló hasta lo sumo, tomando forma de siervo (Filipenses 2:6-8). Si Jesús, el Hijo de Dios, nos dio un ejemplo de humildad y entrega, ¿cómo nosotros podemos atrevernos a vivir en orgullo y vanagloria? El verdadero cristiano no busca exaltarse a sí mismo, sino exaltar el nombre de Dios en todo lo que hace.
El mundo de hoy nos empuja a creer que nuestro valor depende de cuánto tenemos o de cuántos nos admiran, pero la Biblia enseña lo contrario: nuestro verdadero valor está en ser hijos de Dios. El Señor no quiere que caigamos en la locura de este tiempo, que persigue fama, poder y riquezas como si fueran lo más importante. Él nos invita a vivir con un corazón humilde, reconociendo que todo lo que tenemos viene de Él y que toda la gloria le pertenece únicamente a Él.
Querido lector, es momento de reflexionar. Todo lo que este mundo ofrece es pasajero: la vanagloria, el dinero, los placeres y las riquezas se desvanecerán. Pero el que permanece en Cristo tendrá vida eterna. No pongamos nuestra esperanza en cosas que un día dejarán de existir, sino en el Dios eterno que nunca cambia. Acerquémonos cada día a Él, demos honra y gloria a su nombre y dejemos a un lado todo orgullo vano. Si has estado viviendo para vanagloriarte, vuelve hoy al Señor. Ríndete a Él con un corazón humilde y serás honrado no por los hombres, sino por el mismo Dios Todopoderoso. ¡Que el Señor te bendiga y te guarde siempre!