Alabanzas por los hechos poderosos de Dios

El salmo 66 es uno de mis Salmos favoritos, por el hecho de que nos insta a alabar a nuestro Dios por sus potentes obras, y es algo que debemos hacer en nuestro día a día. Alabar a Dios no es una actividad que deba limitarse a un día específico de la semana, sino que debe convertirse en una práctica constante que nace de un corazón agradecido. Él es digno de toda gloria no solo por lo que hace, sino por lo que es. Cuando meditamos en sus maravillas, desde lo más sencillo como el aire que respiramos hasta lo más glorioso como la redención en Cristo, no nos queda más que levantar una alabanza sincera. Cristo murió por nuestros pecados y nos redimió con su sangre preciosa. ¿Acaso esto no es muestra suficiente de que debemos darle la gloria a Dios en todo tiempo y en todo lugar?

Recordemos que una de las costumbres hebreas era enseñar a las siguientes generaciones sobre las potentes obras de Dios. La historia del pueblo de Israel estaba marcada por la constante transmisión de la fe. Los padres instruían a sus hijos para que nunca olvidaran cuán majestuoso y bueno había sido el Señor con ellos. Cada victoria, cada liberación, cada provisión se convertía en una lección de fe. A través de salmos, cantos, relatos y celebraciones, los niños crecían escuchando las proezas del Señor. Sin embargo, a nosotros muchas veces se nos olvida este deber. Fallamos en enseñar a nuestros hijos las maravillas de Dios, tanto las que están registradas en la Biblia como las que hemos experimentado personalmente. Y cuando olvidamos transmitir estas verdades, corremos el riesgo de que la próxima generación crezca desconectada del temor del Señor.

El Salmo 66 nos recuerda que debemos traer a memoria las grandes obras del Señor. En el versículo 6 se nos habla de un momento crucial en la historia del pueblo de Israel: el paso por el mar y por el río, señal de la poderosa intervención de Dios en favor de su pueblo. El salmista dice:

Volvió el mar en seco;
Por el río pasaron a pie;
Allí en él nos alegramos.

Este verso nos recuerda la salida de Egipto y el cruce del Mar Rojo, así como también el cruce del río Jordán hacia la tierra prometida. Fueron momentos en que la mano poderosa de Dios se mostró de forma visible, haciendo lo imposible posible. Si Dios pudo abrir el mar para que su pueblo pasara en seco, ¿qué no podrá hacer en nuestras vidas cuando nos enfrentamos a obstáculos aparentemente insuperables? Este pasaje nos invita a confiar en que el mismo Dios que obró en el pasado sigue obrando en el presente.

Otro versículo central es el número 4, donde se declara:

Toda la tierra te adorará,
Y cantará a ti;
Cantarán a tu nombre. Selah

Aquí encontramos el propósito principal de toda la creación: la adoración. El salmista no habla solamente de Israel, sino de toda la tierra. Esto nos recuerda que nuestra alabanza no es un asunto individual, sino cósmico. La creación entera apunta a la gloria de Dios. Cada amanecer, cada estrella, cada criatura proclama la grandeza del Creador. Nosotros, como parte de esa creación redimida, tenemos el privilegio y la responsabilidad de unirnos a ese coro universal. Nuestra vida debe convertirse en un cántico constante de adoración, no solo con palabras, sino también con acciones que reflejen nuestra fe.

El salmo concluye con una declaración de gratitud que nos toca profundamente: “Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia.” Estas palabras nos recuerdan que nuestro Dios no es indiferente a nuestras súplicas. Él escucha cada oración y, aun cuando no responde de la manera que esperamos, siempre actúa con misericordia. Este versículo es un recordatorio de que la oración y la adoración están íntimamente ligadas. Al orar, reconocemos nuestra dependencia de Dios; al adorar, reconocemos su grandeza.

Querido lector, el Salmo 66 nos desafía a alabar a Dios por sus potentes obras, a enseñar a nuestros hijos sus maravillas, a confiar en su poder para abrir caminos donde no los hay, y a vivir como adoradores en espíritu y en verdad. Hoy es un buen día para unirnos al salmista y proclamar con gozo: “Bendito sea Dios”. Que nunca falte en nuestra boca la gratitud, ni en nuestro corazón la confianza en que su misericordia nos sostiene día tras día.

Sed pacientes y orad
La iglesia siempre victoriosa