Hemos visto muchos videos de predicadores donde, mientras están predicando, se manifiesta un demonio en el cuerpo de una persona. En ese momento, no son pocos los predicadores que comienzan a cuestionar al demonio, haciéndole muchísimas preguntas como si estuviesen dialogando con un amigo o realizando una entrevista pública. De todo esto surge la siguiente interrogante: ¿Cuando se manifiesta un demonio, tengo que hacerle preguntas o simplemente echarlo fuera en el nombre de Jesús?
La Biblia nos muestra algunos episodios donde se dieron manifestaciones demoníacas. Uno de los más conocidos es el del endemoniado gadareno en Marcos 5. Allí encontramos que aquel hombre estaba poseído por una legión de demonios y que había sufrido durante años, viviendo entre sepulcros y siendo imposible de sujetar incluso con cadenas. En ese pasaje, Jesús le hace una sola pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Sin embargo, no lo vemos iniciar un cuestionario extenso ni dar espacio para que los demonios tomaran protagonismo. Más bien, lo esencial fue la reprensión con autoridad, y al final, la liberación del hombre.
Este detalle bíblico es suficiente para mostrarnos que nuestra prioridad no debe ser entretener conversaciones con espíritus inmundos. El propósito del ministerio de liberación no es satisfacer la curiosidad del público, sino glorificar a Cristo mediante la manifestación de su poder sobre las tinieblas. Jesús jamás convirtió la reprensión de demonios en un espectáculo; fue un acto de compasión hacia la persona afligida y una demostración de la autoridad del Reino de Dios.
El problema de muchos ministerios modernos es que han querido transformar el Evangelio en un show. Hemos visto reuniones donde el predicador insiste en interrogar al demonio: “¿De dónde vienes? ¿Qué haces en esta vida? ¿Cuántos son ustedes?”. Este tipo de práctica, además de ser antibíblica, es peligrosa, pues abre la puerta para que se mezclen engaños y falsas doctrinas. Recordemos que Satanás es padre de mentira (Juan 8:44); por lo tanto, ¿por qué razón confiaríamos en lo que un demonio declare? Darle voz en la congregación es, en sí mismo, un error.
Hace poco conversaba con un amigo sobre estos temas doctrinales. Él me contaba que había estado en un lugar donde una persona poseída comenzó a decir lo que era pecado y lo que no. Con todo respeto, le pregunté: “¿Por qué debo creer lo que un demonio diga?”. Y es que, lamentablemente, existen personas que terminan construyendo doctrinas enteras basadas en lo que supuestamente expresan los espíritus inmundos. Esta es una muestra clara de la falta de conocimiento de la Palabra de Dios y de la ausencia de discernimiento espiritual.
Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios;1ª Timoteo 4:1
El apóstol Pablo advirtió que en los últimos tiempos habría quienes se apartarían de la fe genuina, siguiendo enseñanzas inspiradas por espíritus engañadores. Lo vemos cumplido en nuestros días, cuando muchos prefieren la voz del espectáculo y la emoción antes que la sana doctrina. Esta advertencia debe llevarnos a ser sobrios y vigilantes, recordando que la Palabra de Dios es nuestra regla de fe y conducta.
En conclusión, si algún día te encuentras en una situación donde un demonio se manifieste, la Biblia no nos instruye a dialogar ni a entretener largas charlas con él. La enseñanza bíblica es clara: repréndelo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Ese nombre es sobre todo nombre, y ante Él los demonios tiemblan y no pueden resistir. La verdadera victoria sobre el poder de las tinieblas no se encuentra en nuestra capacidad de preguntar, sino en la autoridad del Hijo de Dios, que venció en la cruz y nos dio potestad sobre toda fuerza del enemigo.
Por tanto, no caigamos en prácticas sensacionalistas ni en supuestas “revelaciones” de los demonios. Aferrémonos a las Escrituras y proclamemos con fe: en el nombre de Jesús hay libertad. Que nuestro enfoque sea siempre Cristo y Su gloria, no las mentiras de los espíritus inmundos. Al final, el propósito de toda liberación es que la persona quede libre para seguir al Señor con una vida transformada por su gracia.